viernes, 19 de noviembre de 2010

Sófocles en Antígona

Sófocles Antígona

Difícil es la victoria cuando el adversario es la serpiente.
El que en más considera a un amigo que a su propia patria, éste no me merece consideración alguna.
No puede pasarme nada que no sea mi destino.
Las malas noticias suelen hacer que uno se retarde.
No hay quien quiera a un mensajero que trae malas noticias.
Entre los hombres, nada, ninguna institución ha prosperado nunca tan funesta como la moneda.
El que te hiere el alma es el culpable; yo te hiero en las orejas.
No nací para compartir el odio sino el amor.
Huyen hasta los más valientes, cuando sienten a la muerte rondarles por la vida.
Felices aquellos que no prueban en su vida la desgracia.
Bueno es tomar consejo de los que bien lo dan.
Cosa dulce es aprender de quien bien te aconseja en tu provecho.
Las desgracias que uno tiene que afrontar, cuanto más brevemente mejor.
No hay hombre que pueda eludir lo que el destino le ha fijado.
La prudencia es la base de la felicidad.
En lo debido a los dioses no hay que cometer ni un desliz.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Miguel de Unamuno en La Tía Tula

Miguel de Unamuno La Tía Tula

Su sola presencia santificaba nuestra voluntad; para educarnos le bastó la transparencia de su vida.
Los dos cirios que ardían a un lado y al otro del cadáver, haciendo brillar su frente tan blanca como la cera de ellos.
Era como el pan de cada día, como el pan casero y cotidiano, y no un raro manjar de turbadores jugos.
Nuestra vida un continuo y mudo “¡hágase tu voluntad!” y un incesante “¡venga a nos el tu reino!”.
Fue como el aire que se respira y al que no se le siente sino en momentos de angustioso ahogo.
Que seas feliz y hagas felices a otros.
Yo no trato de convencer a nadie de nada.
La luna llena, roja sobre su palidez, que surgía de las olas como una flor gigantesca y solitaria en un yermo palpitante.
No te volveré a pensar. Pero ¿quién pone barreras al pensamiento?
Eva no conoció madre… ¡Así se explica el pecado original!
Y es a lo que nos manda Dios a este mundo, a alegrar a los demás.
Que nunca tengáis que arrepentiros de haber hecho algo, y menos de no haberlo hecho…

lunes, 15 de noviembre de 2010

en la recopilación de Los 120 mejores cuentos

Recopilación de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez
Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de oriente

Introducción
Estas historias tienen una virtud particular: ilustran una situación.
Muchas de estas historias se refieren al daño que produce el peso de las creencias en el ser humano.
Los cuentos de este tipo tienen el poder de provocar en la conciencia un impacto.
Es común en estos cuentos la aparición de los personajes del maestro y el discípulo.
Estos cuentos presentan varios niveles de lectura que se adecuan al estado interior del lector.
El peso de las creencias:
Voy a ver si esa persona necesita ayuda.
Yo solté a la mujer al cruzar el río, pero tú todavía la cargas contigo.
Otro punto de vista:
Un paseante vio a un pastor que subido a una escalera daba de comer las tiernas ramas de un árbol a una cabra y le dijo: ¡Vas a tardar muchísimo tiempo! ¿Y qué apuro tiene la cabra?
Cielo e infierno cercanos:
Un samurai dijo a un viejo sabio: Necesito saber si existen el infierno y el paraíso. El maestro se burló de él. Furioso el samurai desenvainó su sable. ¡Ahora se abren las puertas del infierno! Gritó el anciano. El guerrero guardó su sable avergonzado. ¡Ahora se abren las puertas del paraíso! Exclamó el maestro.
La prisión del odio:
Dos hombres habían compartido injusta prisión. Se encontraron años después ya libres. Uno le preguntó al otro: ¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros? No, gracias a Dios ya olvidé todo. ¿Y tú? Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas. Si eso es así significa que aun te tienen preso.
Buscando donde no hay nada:
Una noche un hombre encontró a un vecino que había perdido la llave de su casa buscándola debajo de una farola. Yo te ayudaré. Al rato le pregunta: ¿Estás seguro de haber perdido la llave aquí? No, pero aquí hay más luz.
El verdadero culpable:
Un hombre denuncia que le robaron su burro. Los policías comienzan a hacerle observaciones. Señores, algo de culpa también ha de tener el ladrón, ¿no creen?
Conciencia de la propia ignorancia:
Una mujer que había perdido a su hijo le preguntó al abad del templo: ¿Adonde ha ido mi hijo? El viejo abad se dio cuenta de que no podía responder. Entonces dejó el templo y marchó en busca del verdadero conocimiento.
No vieron lo que esperaban ver:
Un día el gobernador decide ir a ver a un severo asceta. Enterado el asceta pide a un discípulo que le traiga vino, queso y tocino. El gobernador con su séquito lo ven comiendo y bebiendo; se retiraron desilusionados. El discípulo le pregunta el motivo de su actitud. Yo no tengo ni ganas ni tiempo que perder con los que en vez de querer saber, suponen.
El desatento tampoco ve:
Un hombre caminaba por la noche. Al doblar la esquina tropieza con un ciego que llevaba un farol. ¿Para qué demonios vas con un farol si eres incapaz de ver nada? ¡Para que puedan verme y no tropiecen conmigo los tontos como tu!
¿Dónde está el sabor?:
Un maestro ofreció un trozo de melón a su discípulo. ¿Quién tiene buen sabor, el melón o la lengua? El discípulo inició su explicación. El maestro lo interrumpió: Idiota, no te compliques más. El melón está bueno. La sensación es buena. Eso basta.
Avaro hasta el dolor:
Un caminante sintió hambre. Vio a un hombre sentado junto a una canasta de frutos. Sacó muchas monedas y le compró toda la canasta. Se cruzó con otro caminante que lo vio comiendo los frutos, rojo, sudando y llorando. ¿Qué haces? Esos frutos no son comestibles por ser muy picantes. No estoy comiendo frutos picantes. Me estoy comiendo mi dinero.
Dejando al ego de lado:
Un hombre era muy dependiente de las opiniones de los demás. Visitó a un sabio. Vete al cementerio. Halaga a los muertos y vuelve. ¿Qué te contestaron? Nada, si están muertos. Vuelve y los insultas. ¿Qué te contestaron? Nada, si están muertos. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos,¿Cómo podrían afectarte?
Pedir lo que no se puede asumir:
Un hombre fue a visitar a un amigo que tenía un loro en una jaula. El loro gritaba ¡Libertad! ¡Libertad!
Para ayudar al loro entró a escondidas a esa casa. Cuando abrió la jaula el loro apretado contra el fondo de su prisión gritaba: ¡Libertad! ¡Libertad!
Algunos siempre encuentran motivos para quejarse:
Una caravana llega a un oasis. Se oyó una voz que decía: ¡Qué sed tengo! ¡Qué sed tengo! Dadle agua ordenó el jefe. ¡Qué sed tenía! ¡Pero qué sed tenía!
La enseñanza de la acción impecable:
Unos hombres estaban de visita en casa de un maestro. Uno le dijo a otro: ¿Has venido como yo a oír sus enseñanzas? No. Para mí es suficiente ver cómo se ata las sandalias.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Juan Rulfo en Pedro Páramo

Juan Rulfo Pedro Páramo

Bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo.
Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.
Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío.
Sólo quedaba la luz de la noche, el siseo de la lluvia como un murmullo de grillos…
El reloj de la iglesia dio las horas, una tras otra, una tras otra, como si se hubiera encogido el tiempo.
Las luces se apagaron. Entonces el cielo se adueñó de la noche.
La tierra, “este valle de lágrimas”.
Te acostumbrarás a los “derrepentes”.
La madrugada fue apagando mis recuerdos.
El día desbarata las sombras. Las deshace. A través de los párpados me llegaba el albor del amanecer.
La tarde todavía llena de luz.
Como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos.
¿La ilusión? Eso cuesta caro.
Ella está en otra parte, aquí no hay más que una cosa muerta.
Me anegué en lágrimas para enjuagar mi angustia.
El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche.
Afuera chisporroteaba el sol.
Se volvió a hundir entre la sepultura de sus sábanas.


viernes, 5 de noviembre de 2010

Harlan Coben en No se lo digas a nadie

Harlan Coben No se lo digas a nadie

Como la luz de las estrellas, el amor no muere nunca.
Mi mano se extravió en la deliciosa curva de su espalda.
He aprendido a no juzgar. Escucho. Me pongo en el lugar del otro.
Mirándome a los ojos, me soltó una indiscutible verdad. –Usted no sabe nada de mi vida.
No juzgo. Sólo observo.
No siempre la distancia es el olvido.
Los problemas surgen al enfrentarme con cosas antiguas.
Puedo asegurar que pocas cosas son tan devastadoras como esa frase “podría haber…”
Respondo con una simple frase: “Es tu punto de vista”.
No hacía nunca muecas. Era un privilegio suyo.
Creía sinceramente que todo el mundo era bueno, que todos tenían su dignidad. También yo habría querido ser tan cándido.
La mente posee poderes increíblemente distorsionadores.
La fidelidad es una virtud que no abunda.
Las pequeñas cosas son las que más cuentan.
Coquetear con el alcoholismo es más o menos tan peligroso como coquetear con la hija menor de edad de un bandido.
Era una de esas personas que miran a los demás como si ellas fueran tigres famélicos y ellos gacelillas cojas.
La lección fundamental que quiso inculcarle fue simplemente ésta: confía en la naturaleza, no en el hombre.
A los secretos no les gusta estar enterrados.
Alguien diría que si ahora soy mejor, es porque he madurado.
La sexualidad es para todos, lo que viene después es sólo para los que se quieren.
Las palomas se contoneaban con ese aire de arrogancia que suele asociarse a los políticos.
La gente suele comentar que este mundo está enfermo. Pero no tienen ni idea.
No sabía dónde quería ir a parar con todo aquello, lo que sí sabía era que no me iba a gustar.
Mi normativa es muy simple, se basa en las prioridades, gran parte de la vida se organiza de acuerdo con este principio.
Creía que los detalles no servían para otra cosa que para enturbiar y confundir la imagen.
Más rara que un perro verde.
El hecho de que tú no veas la explicación no quiere decir que la explicación no exista. Lo único que quiere decir es que tú no la ves.
Sé que tiene que haber una explicación, pero no la encuentro.
De pronto se me ocurrió una idea, lo que es peligroso aun en el mejor de los casos.
Su espesa barba era un nido de gorriones después del ataque del cuervo.
Había transcurrido tantísimo tiempo que la nostalgia levantó apenas un rizo en el mar del recuerdo.