Las enfermedades, decía, son de dos tipos: se curan
solas o no tienen remedio.
A lo lejos se divisaban los cerros envueltos en la
neblina azul de la distancia.
Le sería mucho más fácil matar por la patria que morir
por ella.
La soledad, la peor condena de la vejez.
Bien vestido bien recibido.
Buscando las palabras en el agua quieta de su silencio
habitual.
¿Qué quieres? ¿Qué no haya diferencia entre los pobres
y la gente decente?
Sus caminos estaban trazados desde el principio y no
pudieron sino recorrerlos.
Tuvieron la delicadeza de callar sus advertencias.
Llevar solidaridad humana allá donde el amor divino
parecía ausente.
Había elegido la dura misión de amar al prójimo más
que a sí mismo.