miércoles, 27 de marzo de 2013

Isabel Allende De amor y de sombra


Las enfermedades, decía, son de dos tipos: se curan solas o no tienen remedio.
A lo lejos se divisaban los cerros envueltos en la neblina azul de la distancia.
Le sería mucho más fácil matar por la patria que morir por ella.
La soledad, la peor condena de la vejez.
Bien vestido bien recibido.
Buscando las palabras en el agua quieta de su silencio habitual.
¿Qué quieres? ¿Qué no haya diferencia entre los pobres y la gente decente?
Sus caminos estaban trazados desde el principio y no pudieron sino recorrerlos.
Tuvieron la delicadeza de callar sus advertencias.
Llevar solidaridad humana allá donde el amor divino parecía ausente.
Había elegido la dura misión de amar al prójimo más que a sí mismo.

Gabriel García Márquez Doce cuentos peregrinos


Comía como hacía todo: despacio y con una gran pulcritud.
No concebía la vida sin él por la inocencia de su corazón y el calibre de su arma.
Su voz grave y tibia arrastraba una tristeza oriental.
Hacía todo de un modo metódico y parsimonioso, como si no hubiera nada que no estuviera previsto para ella desde su nacimiento.
El amor es eterno mientras dura.
Nos tomamos un café bien conversado.
Lo único racional era permanecer encerrados en casa hasta que Dios hasta que Dios quisiera. Y nadie tenía entonces la menor idea de cuándo lo iba a querer.
Es que tengo miedo de tener miedo.
Parecía un obispo feliz.
Seguía sin saber ni siquiera qué hacer consigo mismo, abrumado por el peso del mundo.