Thomas Harris Dragón Rojo
Las manchas de sangre parecieron insultarlo desde las paredes, el colchón y el piso. El mismo aire parecía salpicado de alaridos. Se sintió acobardado por el ruido de ese silencioso cuarto repleto de manchas oscuras.
No existían divisiones categóricas en su mente. Lo que veía y aprendía influía en todo lo que ya sabía.
El orden desesperante de una pareja que envejece y ve que sus vidas comienzan a borronearse.
Sus ojos estaban inexpresivos, como los de un pescado en el mercado al final del día.
Qué difícil es tener algo. Difícil conseguirlo, complicado conservarlo. Este es un planeta terriblemente resbaloso.
El médico percibió una inteligencia fría como una mesa de rayos X.
El domingo y el lunes transcurrieron a un curioso ritmo. Los minutos eran eternos y las horas parecían volar.
Fue la primera vez que le mintió realmente y al hacerlo se sintió tan asqueroso como un billete viejo.
Avanza zigzagueando desde una mesa hasta la cama bajo cuya almohada se oculta el sueño.
Se mueve lenta y suavemente, transportando su concentración como una taza llena.
La niña observa cuidadosamente a su madre, como si estuviera estudiándose a ella misma en un futuro.
Sabía que tener fe en cualquier clase de justicia natural era una quimera.
No le gustaba que un hombre entrara y saliera de su cama como si estuviera robando pollos.
Las manchas de sangre parecieron insultarlo desde las paredes, el colchón y el piso. El mismo aire parecía salpicado de alaridos. Se sintió acobardado por el ruido de ese silencioso cuarto repleto de manchas oscuras.
No existían divisiones categóricas en su mente. Lo que veía y aprendía influía en todo lo que ya sabía.
El orden desesperante de una pareja que envejece y ve que sus vidas comienzan a borronearse.
Sus ojos estaban inexpresivos, como los de un pescado en el mercado al final del día.
Qué difícil es tener algo. Difícil conseguirlo, complicado conservarlo. Este es un planeta terriblemente resbaloso.
El médico percibió una inteligencia fría como una mesa de rayos X.
El domingo y el lunes transcurrieron a un curioso ritmo. Los minutos eran eternos y las horas parecían volar.
Fue la primera vez que le mintió realmente y al hacerlo se sintió tan asqueroso como un billete viejo.
Avanza zigzagueando desde una mesa hasta la cama bajo cuya almohada se oculta el sueño.
Se mueve lenta y suavemente, transportando su concentración como una taza llena.
La niña observa cuidadosamente a su madre, como si estuviera estudiándose a ella misma en un futuro.
Sabía que tener fe en cualquier clase de justicia natural era una quimera.
No le gustaba que un hombre entrara y saliera de su cama como si estuviera robando pollos.
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