Mario Puzo El Padrino
Había aprendido el arte de la negociación. Nunca te enfades. No profieras amenaza alguna. Razona con la gente. El arte del razonamiento consistía en desoír todos los insultos, todas las amenazas, algo así como poner la otra mejilla.
Nunca dejes que los que no pertenecen a la Familia sepan lo que realmente piensas.
En ciertas ocasiones, la permisividad es una auténtica fuente de graves problemas.
No te equivoques. Todo es personal. En la vida de un hombre todo es personal. Hasta eso que llaman negocios es personal.
Los grandes hombres no nacen, sino que se hacen.
Cada hombre tiene su destino.
Consideraba que las amenazas eran peligrosísimas y que la ira, si no había sido previamente meditada, era todavía más perjudicial que aquellas.
Todos eran hombres que sabían escuchar.
Así es la vida. Todos podemos contar historias tristes. Yo no pienso hacerlo.
El dolor no le importaba. Consideraba que era algo que podía soportarse perfectamente la mayor parte del tiempo, y estaba convencido de que, en cierto modo, purificaba.
De repente, su vida se había simplificado. Ahora todo convergía en un solo punto, haciendo lo demás indigno de atención.
El padre le explicó que la muchacha era virgen y, por lo tanto, estaba un poco asustada.
La noche de bodas podía ser muy difícil para una muchacha sin experiencia.
Los gallos viejos no pueden saludar al sol.
Su padre, en sus últimos momentos, había dicho: “¡Es tan hermosa la vida!”.
Había aprendido el arte de la negociación. Nunca te enfades. No profieras amenaza alguna. Razona con la gente. El arte del razonamiento consistía en desoír todos los insultos, todas las amenazas, algo así como poner la otra mejilla.
Nunca dejes que los que no pertenecen a la Familia sepan lo que realmente piensas.
En ciertas ocasiones, la permisividad es una auténtica fuente de graves problemas.
No te equivoques. Todo es personal. En la vida de un hombre todo es personal. Hasta eso que llaman negocios es personal.
Los grandes hombres no nacen, sino que se hacen.
Cada hombre tiene su destino.
Consideraba que las amenazas eran peligrosísimas y que la ira, si no había sido previamente meditada, era todavía más perjudicial que aquellas.
Todos eran hombres que sabían escuchar.
Así es la vida. Todos podemos contar historias tristes. Yo no pienso hacerlo.
El dolor no le importaba. Consideraba que era algo que podía soportarse perfectamente la mayor parte del tiempo, y estaba convencido de que, en cierto modo, purificaba.
De repente, su vida se había simplificado. Ahora todo convergía en un solo punto, haciendo lo demás indigno de atención.
El padre le explicó que la muchacha era virgen y, por lo tanto, estaba un poco asustada.
La noche de bodas podía ser muy difícil para una muchacha sin experiencia.
Los gallos viejos no pueden saludar al sol.
Su padre, en sus últimos momentos, había dicho: “¡Es tan hermosa la vida!”.
Abuelo, te voy a hacer una oferta que no podrás rechazar. ja! (con voz ronca)
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