Stephen King El Resplandor
Discutir es disputar, pero por gusto.
Un hombre tiene que aprovechar lo que encuentra, especialmente cuando ya van pasando los años.
Dios santo, que bien le vendría un trago. O mil.
Se daba cuenta del paso del tiempo por el alargamiento de las sombras y por ese dejo dorado que empezaba a teñir la luz de la tarde.
Parecía mejor estar solo para esperar cualquier cosa que pudiera suceder.
Del radiador brotaba la voz soñolienta del vapor de agua.
El valle mismo que se perdía, pendiente abajo, en la brillante bruma azul de la tarde.
Tendido al sol como una larga serpiente negra que hubiera decidido echarse una siestecita, estaba el camino.
A veces, las preguntas podían meterle a uno en un montón de líos. Ya le había sucedido antes.
Cerraron firmemente la puerta tras ellos para no dejar entrar el incesante gemido del viento.
Con el corazón en la boca como un bloque de hielo ardiente.
El sabor del pánico en la boca, como un jugo amargo.
Afuera oía los gemidos y lamentos de la tormenta, como si se le ahogaran en la oscura garganta llena de nieve.
Hay libros que no se deben abrir.
Sí, creía que sí, contestó a través de un bocado de salchichón y queso.
Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio, entonces cuando quieres algo sabes donde lo tienes.
Algo así como residuos de los sentimientos de las personas que han estado aquí.
En una oleada hosca y gris, el resentimiento le cerró la garganta.
Detrás de la frente sentía el pánico como una rata que lo roía desde dentro, retorciéndose.
El aire le silbaba al entrar y salir de la garganta, seca como un vidrio.
Todos los momentos eran un momento.
Morir era una parte de la vida.
La expresión del otro se hacía cada vez más rígida, como si tuviera una espina de pescado atravesada en la garganta.
La caldera crujía y gemía como una vieja que trata de levantarse de la cama.
Un hijo desagradecido es peor que la mordedura de una serpiente.
Una fría luz matinal, de mañana de invierno.
Con una risa temblorosa, como encogida.
El sacó un cigarrillo, le dio unos golpecitos y después lo encendió. El humo se fue deshilachando perezosamente en la tarde soleada.
La forma en que deberían ser las cosas y la forma en que son rara vez coinciden. El mundo es un lugar difícil. Un lugar que se desentiende. No nos odia, ni a ti ni a mí, pero tampoco nos ama.
Discutir es disputar, pero por gusto.
Un hombre tiene que aprovechar lo que encuentra, especialmente cuando ya van pasando los años.
Dios santo, que bien le vendría un trago. O mil.
Se daba cuenta del paso del tiempo por el alargamiento de las sombras y por ese dejo dorado que empezaba a teñir la luz de la tarde.
Parecía mejor estar solo para esperar cualquier cosa que pudiera suceder.
Del radiador brotaba la voz soñolienta del vapor de agua.
El valle mismo que se perdía, pendiente abajo, en la brillante bruma azul de la tarde.
Tendido al sol como una larga serpiente negra que hubiera decidido echarse una siestecita, estaba el camino.
A veces, las preguntas podían meterle a uno en un montón de líos. Ya le había sucedido antes.
Cerraron firmemente la puerta tras ellos para no dejar entrar el incesante gemido del viento.
Con el corazón en la boca como un bloque de hielo ardiente.
El sabor del pánico en la boca, como un jugo amargo.
Afuera oía los gemidos y lamentos de la tormenta, como si se le ahogaran en la oscura garganta llena de nieve.
Hay libros que no se deben abrir.
Sí, creía que sí, contestó a través de un bocado de salchichón y queso.
Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio, entonces cuando quieres algo sabes donde lo tienes.
Algo así como residuos de los sentimientos de las personas que han estado aquí.
En una oleada hosca y gris, el resentimiento le cerró la garganta.
Detrás de la frente sentía el pánico como una rata que lo roía desde dentro, retorciéndose.
El aire le silbaba al entrar y salir de la garganta, seca como un vidrio.
Todos los momentos eran un momento.
Morir era una parte de la vida.
La expresión del otro se hacía cada vez más rígida, como si tuviera una espina de pescado atravesada en la garganta.
La caldera crujía y gemía como una vieja que trata de levantarse de la cama.
Un hijo desagradecido es peor que la mordedura de una serpiente.
Una fría luz matinal, de mañana de invierno.
Con una risa temblorosa, como encogida.
El sacó un cigarrillo, le dio unos golpecitos y después lo encendió. El humo se fue deshilachando perezosamente en la tarde soleada.
La forma en que deberían ser las cosas y la forma en que son rara vez coinciden. El mundo es un lugar difícil. Un lugar que se desentiende. No nos odia, ni a ti ni a mí, pero tampoco nos ama.
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