Juan Rulfo Pedro Páramo
Bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo.
Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.
Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío.
Sólo quedaba la luz de la noche, el siseo de la lluvia como un murmullo de grillos…
El reloj de la iglesia dio las horas, una tras otra, una tras otra, como si se hubiera encogido el tiempo.
Las luces se apagaron. Entonces el cielo se adueñó de la noche.
La tierra, “este valle de lágrimas”.
Te acostumbrarás a los “derrepentes”.
La madrugada fue apagando mis recuerdos.
El día desbarata las sombras. Las deshace. A través de los párpados me llegaba el albor del amanecer.
La tarde todavía llena de luz.
Como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos.
¿La ilusión? Eso cuesta caro.
Ella está en otra parte, aquí no hay más que una cosa muerta.
Me anegué en lágrimas para enjuagar mi angustia.
El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche.
Afuera chisporroteaba el sol.
Se volvió a hundir entre la sepultura de sus sábanas.
Bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo.
Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.
Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío.
Sólo quedaba la luz de la noche, el siseo de la lluvia como un murmullo de grillos…
El reloj de la iglesia dio las horas, una tras otra, una tras otra, como si se hubiera encogido el tiempo.
Las luces se apagaron. Entonces el cielo se adueñó de la noche.
La tierra, “este valle de lágrimas”.
Te acostumbrarás a los “derrepentes”.
La madrugada fue apagando mis recuerdos.
El día desbarata las sombras. Las deshace. A través de los párpados me llegaba el albor del amanecer.
La tarde todavía llena de luz.
Como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos.
¿La ilusión? Eso cuesta caro.
Ella está en otra parte, aquí no hay más que una cosa muerta.
Me anegué en lágrimas para enjuagar mi angustia.
El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche.
Afuera chisporroteaba el sol.
Se volvió a hundir entre la sepultura de sus sábanas.
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