Miguel de Unamuno La Tía Tula
Su sola presencia santificaba nuestra voluntad; para educarnos le bastó la transparencia de su vida.
Los dos cirios que ardían a un lado y al otro del cadáver, haciendo brillar su frente tan blanca como la cera de ellos.
Era como el pan de cada día, como el pan casero y cotidiano, y no un raro manjar de turbadores jugos.
Nuestra vida un continuo y mudo “¡hágase tu voluntad!” y un incesante “¡venga a nos el tu reino!”.
Fue como el aire que se respira y al que no se le siente sino en momentos de angustioso ahogo.
Que seas feliz y hagas felices a otros.
Yo no trato de convencer a nadie de nada.
La luna llena, roja sobre su palidez, que surgía de las olas como una flor gigantesca y solitaria en un yermo palpitante.
No te volveré a pensar. Pero ¿quién pone barreras al pensamiento?
Eva no conoció madre… ¡Así se explica el pecado original!
Y es a lo que nos manda Dios a este mundo, a alegrar a los demás.
Que nunca tengáis que arrepentiros de haber hecho algo, y menos de no haberlo hecho…
Su sola presencia santificaba nuestra voluntad; para educarnos le bastó la transparencia de su vida.
Los dos cirios que ardían a un lado y al otro del cadáver, haciendo brillar su frente tan blanca como la cera de ellos.
Era como el pan de cada día, como el pan casero y cotidiano, y no un raro manjar de turbadores jugos.
Nuestra vida un continuo y mudo “¡hágase tu voluntad!” y un incesante “¡venga a nos el tu reino!”.
Fue como el aire que se respira y al que no se le siente sino en momentos de angustioso ahogo.
Que seas feliz y hagas felices a otros.
Yo no trato de convencer a nadie de nada.
La luna llena, roja sobre su palidez, que surgía de las olas como una flor gigantesca y solitaria en un yermo palpitante.
No te volveré a pensar. Pero ¿quién pone barreras al pensamiento?
Eva no conoció madre… ¡Así se explica el pecado original!
Y es a lo que nos manda Dios a este mundo, a alegrar a los demás.
Que nunca tengáis que arrepentiros de haber hecho algo, y menos de no haberlo hecho…
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