viernes, 4 de junio de 2010

Stephen King en Historias Fantásticas

Stephen King Historias Fantásticas

Dentro estaba muy fresco, con un leve, aunque no desagradable, olor a cloro, colgado insistentemente del aire.
Un pequeño, con gafas de montura de concha y un valiente principio de barba.
Sus ojos estaban demasiado juntos, su boca demasiado grande y las orejas despegadas. Luego, claro, estaban las pecas. Incluso delgada, hubiera sido lo bastante fea para parar un reloj…, demonio, todo un escaparate de relojes.
Me esforcé por desviar la mirada, pero mis ojos volvían como para asegurarse de que estaban viendo lo que pensaban que veían.
Asustado como un gato corto de vista en una perrera.
La vida sigue…
Era un buen tipo, y ya ven, esto era lo que le había tocado…, una mujer gorda y aburrida que se sentía estafada por no tener lo mejor de la vida, que sentía que había apostado por un caballo perdedor (pero que era incapaz de atreverse a decirlo).
Este era un lugar que consideraba propio…, un lugar donde podía aislarse de la forastera con la que se había casado y del extraño que había concebido.
Sus ojos parecían más que tristes, parecían atormentados.
A veces un hombre tiene que quedarse en su sitio y esperar a que le llegue su Destino.
La sinfonía del alba continuaba. La franja nacarada del este se iba transformando de un rosa profundo, al principio casi imperceptible, a un carmín que, casi inmediatamente, empezó a fundirse en un azul de verano.
Aquel otoño, el viento sopló con notas largas y heladas y ella sintió resonar cada nota en su corazón.
Rompió a llorar, con sollozos fuertes, casi como rebuznos.
Creo que es mejor arar profundamente que en extensión.
Cuando soplaba el viento y los rompientes rugían y la noche caía pronto, nos sentíamos muy pequeños… poco más que motas de polvo a los ojos de Dios. Asíque era natural que nos uniéramos, unos y otros.

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