miércoles, 27 de enero de 2010

Marco Denevi en "Lo mejor de Marco Denevi"

Marco Denevi Lo mejor de…
Cuentos Selectos de Marco Denevi. Corregidor. 1998. Bs. As. Argentina.
ISBN: 950-05.1111-8

Media hora después él abría la puerta de un cuchitril en Almagro, encendía la luz, abrazaba a una muchacha medio dormida que gemía:
-Tan tarde… Y venís así de sopetón…

…tu propia madre, viste, hasta en tu propia madre eso del sacrificio y el amor es una manera egoísta de realizarse.
-O sea que el amor es el cuento del tío por el que de pronto te venden lo que vos no querías ni regalado.
Se copiaban una con otra las modulaciones de voz, los gestos, los o sea, los de pronto. Todo, para ellas, era de alguna manera, no se sabía nunca de cuál manera. Hubo un momento en que, seguramente hartas de ese juego de monos, se trenzaron en una discusión.

El la abrazaba bien fuerte, le fraguaba en la oreja un jadeo de excitación, la asediaba de músculos.

Nos halagaba contar en la familia con esos dos ejemplares, pero allá en el Trópico, de modo de poder sentir pánico sin correr ningún peligro.
“Querido hermano y apreciada cuñada: Hace ocho días murió Fagés atropellado por un sulky. Liquidé la herboristería. Viajo con Dulcina el próximo sábado para Buenos Aires. Espérenme en la estación del tren. Saludos. Alexia Catasús y Piedraflores viuda de Fagés.
Aquel viuda intercalado en la firma le parecía prematuro y un poco jactancioso, y que toda esa prisa para liquidar el negocio de hierbas y venirse a Buenos Aires le caía mal, como una falta de respeto para un muerto que apenas contaba con ocho días de muerte.
Chicos –dijo mamá-, vayan a jugar.
Nosotros salimos a la vereda. Nosotros éramos Fernando de la Medalla Milagrosa, Matilde, Geni, el Santos Amores y Aguedita.
El Santos Amores distribuía salivazos, porque estaba en una época en que creía que escupir le daba patente de de hombre.
-Yo sé cómo hay que tratar a las brujas para que no te molesten –maculló Fernando.
-¿Cómo? –le preguntamos.
-No hay que mirarlas nunca en los ojos. Y cuando te hablan, hacé los cuernos sin que ellas se den cuenta y pensá: “Diablo diablo ni te miro ni te hablo”.
Más tarde le confiaría en secreto al Santos Amores:
-Esa Dulcina cuando sea grande no se va a poder casar.
-¿Por?
-Porque las brujas están cerradas por abajo.
Y el Santos Amores le cobró gran pavor a Dulcina que estaba cosida como una bolsa.
-Un viaje horrible –oímos que suspiraba, y movió en el aire unas manos largas y planas como arenques ahumados.
Ella nos rozaba la frente con unos labios de celuloide frío y murmuraba:
-Qué bien. Qué bien.
-El hombre ha sido creado de la tierra y huele bien –dijo muy seria y casi enfadada-. En cambio la mujer ha sido creada de la carne y huele mal. Por eso las mujeres debemos perfumarnos y los hombres no. Por eso.
Trataba a mamá con toda deferencia, la llamaba tía querida y, cuando mamá hablaba, ella rubricaba cada frase con enérgicos movimientos de cabeza y sacudidas de pelo y hasta uno que otro tajante cuán verdad es. Pero mamá se empecinaba en crispar la cara como un puño.
Aquí no hay calefacción. Luego de cinco días de lluvia mi cuarto a empezado a derretirse y a chorrear como una vela de sebo. Las paredes se han puesto esponjosas y como miga de pan, los muebles están blandos y del techo caen lentos goterones. Cinco días que no abandono casi la cama. Se me terminaron las galletitas, el queso y el café, pero no importa porque con la humedad las galletitas ya eran de felpa vieja, el queso sabía a jabón de tocador y el café a purgante.
En estos días sólo he leído los diarios. Son todos diarios atrasados pero tampoco me importa. Al contrario, me hace bien leer diarios atrasados. Me siento a salvo de los crímenes, las muertes y las catástrofes que a los demás los han ido alcanzando y en cambio yo los leo en los diarios que dicen hoy sucedió, hoy se cayó tal avión, hoy hubo un incendio, hoy estalló una bomba, hoy, hoy, hoy, y para mí es ayer o antes de ayer, y aquí estoy, salvada, al margen de ese hoy que se come a los vivos. Leyendo diarios viejos me siento casi eterna.
Buenos Aires no es una ciudad para poetas. Aquí todo el mundo tiene la vista fija en un punto a mi derecha o a mi izquierda, nadie en mí. Avanzo entre esas miradas como entre las paredes de un túnel abierto sólo para mí. Qué risa, soy la mujer invisible.
No se preocupe, viajaré. Necesito no seguir siendo una mujer que en la sala de espera de una estación simula aguardar la llegada o la partida de un tren y entretanto está ahí sentada lo mismo que una pordiosera o una prostituta.
Al verme entrar se levantaba, me besa en la mejilla con sus labios de goma húmeda, me ayudaba a quitarme el abrigo y me decía qué elegante estás y qué bien te queda el pelo color Tiziano. Pero no me miraba, miraba siempre las otras mesas como si buscase o temiese la presencia de alguien, y al rato ya se ponía malhumorado y yo sentía que me detestaba. Hasta que descubrí que sus miradas en redondo pasaban muchas veces por encima de algún muchachito de esos de blue jeans. Entonces me despedí de él para siempre sin explicarle por qué me despedía ni él me lo preguntó, y desde hace años me despierto pensando en él o me duermo pensando en él, pero no lo desprecio aunque no lo amo.
Estaré todo el día de pie en una esquina de Corrientes hasta que, al anochecer, un hombre vestido con sobretodo negro de auriga, maloliente de seborrea y vetustos alcanfores, se detendrá cerca de mí, pondrá cara de sufrimiento y de ganas de orinar, simulará que mira pasar los automóviles y al fin se dará vuelta y me colgará los ganchos oxidados de sus ojos. Entonces le sonreiré, empezaré a caminar y el hombre se vendrá detrás de mí.

Era un tipo que a ella le pareció extranjero, turista, y de lo más buen mozo, aunque de físico un tanto desgalichado como si acabase de sufrir los sacudones del crecimiento.
Masticaba (un caramelo, supuso) con toda la boca y un lánguido pistoneo de mandíbulas, daba la impresión de un hombre dotado de indolencia o de un aburrimiento un poco engreído.
Miraban a Reina en un silencio de chiquilines que asisten a un parto y no saben qué es eso. Quizás en el fondo de esa pasmosidad palpitaba el terror, la casi religiosa fascinación que desde tiempos antiguos suscitaban, en la gente simple, quienes real o supuestamente saltan de un sexo a otro o los reúnen a los dos.
Los viejastros de la primera fila se encuadernaban de miedo.
Estos pensamientos le servían a Reina para no pensar en lo otro. Lo otro sería demasiado maravilloso. Le daba miedo. Y sin embargo lo otro se le metía entre los pensamientos como el sonido de un timbre en una conversación.
Alcanzó a ver que él tenía los ojos trabados en un torniquete de la mayor atención y que por la boca ondulosa ya se le diseminaba la sonrisa del hombre que está en el negocio.
A ella seguía dedicándole aquél interés concentrado en los ojos casi bizcos de tan vigilosos, aquella tenue sonrisa de captar la matufia. Y cuando Reina Coral hizo mutis, se repitió el solitario aplauso y los babiecas lo dilataron con el suyo.
Cuando la vieron regresar al camarín con cara de iglesia y un pasito corto como de pisar cascotes, más de una bataclana y hasta más de un libélulo sintieron que les hervía la sangre ante tamaña injusticia del destino, y ya no disimularon los comadreos irónicos o rencorosos.
Volvió al camarín con la cara de misa y el pasito corto de pisar pedreguyo, ya indiferente a las miserias del Cosmopolita como a la toalla sucia que uno deja abandonada en el cuarto de un hotel.
Esta vez el público no esperó que nadie lo catequizase: la ovación vino solita.
Saldrían un rato después, en parejas, a casoriarse de facto en algún hotel de la zona o en un cotorro los menos.
Vestidos con fúnebre severidad, perfumados y algunos hasta manicurados, dueños de un anillo y de un negro chambergo, no engañaban a nadie: cualquiera les olfateaba desde lejos la trementina de alguna delincuencia solapada y vil.
Esos extranjeros la buscaban porque para ellos la mujer ideal sería otro hombre pero que tuviese entre las piernas lo que tienen las mujeres, y ella daba el tipo justo. Sabían que en la cama ella se comportaría lo mismo que un hombre y todavía mejor, con un gran sentimiento de la iniciativa y de los socorros mutuos, y no como la mayoría de las mujeres, que se creen las ayudantes de un prestidigitador al que le alcanzan la galera y después se ponen a esperar qué es lo que el otro sacará de adentro. En cambio, ella aportaba al negocio de la cama el capitalito de la mujer y la mano de obra del hombre.
A medida que la vuaturé avanzaba por esa calle de avería, los que buscaban al pariente se detenían para verla pasar y después seguían estudiándola con preocupación, como si maliciasen que en la vuaturé se les fugaba el deudo. Los hombres de los umbrales, los marineros de licencia, los jovencitos en la incubadora, todos adoptaron el aire sombrío de quien ve venir a su rival y titubea entre la cobardía y el coraje.
Más de un ojo desvelado hizo brillar, al paso de la vuaturé, su nácar de curiosidad y de azoramiento. Hasta los cornudos tangos babeados desde la penumbra de los dancings, hasta los boleros adúlteros y las marimbas sensuales parecían interrumpirse un momento, a la vista de Reina Coral.
Con la clarividencia que da la mala vida, lo había adivinado.
Era como salir de lo que ya había sucedido y entrar en lo que estaba por suceder. Atrás quedaba una memoria de malos recuerdos, enfrente no había recuerdos sino esperanzas.
Freddy se había secado y de golpe se había vuelto un jovato que era más de Dios que de nosotros, te juro, por la enfermedad.
Cuando el punto apareció aquella noche, toda la mariconería de la barra hizo silencio, calculá cómo sería, y le clavó los carozos. Después meta codearse entre ellos y mover las plumas. O como decía Gastón: sacaron las polveras. Uno bueno para cargar a los maricones. Pero el punto no miraba a nadie. Me miraba a mí, sabés, a mí desde el primer momento.

Los ocho conocían el secreto. El hombre que iba a la peluquería deseaba que le cortaran el pelo, pero, al revés de la mujer, no le gustaba que se notase. Un hombre con el pelo recién cortado se sentía ridículo, un poco descubierto en alguna intimidad que habría debido permanecer oculta o disimulada. La habilidad de un peluquero de hombres radicaba en saber cortar el pelo al cliente y parecer que no se lo había cortado sino que el pelo, por sí mismo, había recobrado su justa medida.
Esa era Yayá. Trabajaba en la peluquería de don Musú desde que el rango de la clientela exigió una manicura. En los primeros tiempos los ocho oficiales de turno, algunos clientes (argentinos, extranjeros, pero nunca un inglés), hasta don Musú, le hicieron ciertas invitaciones, ciertas veladas proposiciones que ella, sin ofenderse pero con cara de no haber comprendido de qué estaban hablándole, invariablemente rechazó. Menos mal. Porque ellos se habían sentido obligados a hacérselas, casi por compromiso, por el compromiso con el destino que a unos los fabrica hombres y a otras las fabrica mujeres, y si Dios inventó a los hombres y a las mujeres por algo será, de modo que, con ganas o sin ganas, hay que cumplir con Dios. Pero nadie deseaba que Yayá aceptase.
No era linda. Tampoco era fea. No era ni linda ni fea. Era gorda de cuerpo y flaca de piernas y brazos. Pésima combinación. El pelo, paja seca. Los ojos, ceniza fría. Se vestía mal, como si usara la ropa que le habían prestado otras mujeres de distintos talles y estaturas.
¿No hay, en una peluquería, navajas, tijeras, vaporizadores y frascos de agua colonia? Pues en la peluquería de don Musú también había una Yayá, la manicura.
Don Musú pasaba entre la doble fila de sillones, rumbo al cuartito de baño, y el cliente al que en ese momento atendía Yayá, supongamos que fuera el señor Paolini, el corredor de Bolsa, le preguntaba:
-Don Musú, ¿cómo anda de la próstata?
Don Musú se detenía, entornaba los párpados de hipopótamo, echaba hacia fuera el belfo equino, se lamentaba:
-Mal, mal. Meo como un cane: un chorrito en cada árbol.
Y hay que oír a Nicola cuando Ninú le dice:
-Eh, Nicola. No está bien que un hombre se las arregle solo. La mano derecha es una mala mujer. Va a terminar con vos.
Yayá, como no la toman en cuenta, ha sido testigo de algunos episodios que los paisanos de Beppe no ventilarían en presencia de nadie que no fuese uno de los suyos, y menos de una mujer. Por ejemplo, un día oyó que Pelusa le decía a Giolá:
-Beppe va a terminar en cafúa. Anoche fue un chico de doce años.
Después siguieron hablando en su endiablado dialecto y ya no pescó una palabra más. No importa. Lo que comprendió le basta. Sabe qué significa cafúa. Y la asociación entre la cárcel, Beppe y un chico de doce años le revuelve las tripas.
¿Quién sabe lo que guarda el corazón de su prójimo? Creemos conocer a alguien porque, según él mismo lo dice o porque nosotros lo presumimos, nos ha abierto su corazón. Si uno pudiera espiar dentro del corazón ajeno, incluso dentro del corazón de aquellos que más nos jactamos de conocer, descubriría quizá lo que nunca habría esperado encontrar: yacimientos de tesoros o de escorias que nos colmarían de estupor y convertirían, a ese conocido, en una criatura extraña con la que nuestros antiguos lazos han quedado deshechos.
Se llama o se hace llamar Coralín. Es una jovencita que no será hermosa, que no tiene ninguna educación, que habla con un procaz acento arrabalero, pero que es dueña de un arsenal de atributos físicos que maneja como un boxeador manejaría los puños en una pelea.
Yayá, simplemente, ha comprendido. Ha comprendido que la mujer, que una sola mujer es más fuerte que todos los hombres juntos, y de ahí que los hombres necesiten apretarse entre ellos como niños débiles y asustadizos, necesiten fanfarronear y bravuconear y hablen del amor como de una matufia urdida por ellos para hacer caer a las mujeres en la celada del sexo. Si es una buena mujer, sin decir nada, al contrario, fingiendo someterse al simulacro de la sexualidad, atraerá al hombre hasta la obra del amor.
De modo que en el corazón de Yayá la muerta escoria de las ilusiones pisoteadas se volatilizó y debajo reapareció, intacta, la capacidad de amar.
Por eso es posible que uno fantasee un poco, que imagine que un hombre, un obrero, un vecino del barrio le propone matrimonio a Yayá y que Yayá no le da la seca respuesta que en otros tiempos tenía preparada:
-Disculpe, pero estoy de novia.
No. Supondremos que Yayá le dice:
-Muchas gracias, acepto.

-Virgen santa –y empezó a llorar- Te volviste loco, Avelino, y sin avisarme.
El viejo no está para el apuro, vicio de jóvenes y de atolondrados.

La noche deslunada, la otra nochecita de los árboles de la vereda, los ensimismados conventillos y algún persistente baldío amontonan oscuridad.
Y él sabe que Dormicio será en Palermo un distraído silencio, pero en el sur es un retumbo.
Lástima que tanta hazaña esté condenada al olvido si antes no la rescata la escritura, memoria menos infiel que la de los hombres.
Aquí está el viejo y el viejo le promete al recuerdo de Dormicio la perennidad, de todos modos dudosa y frágil, de la letra impresa.
Hasta que empieza a desmoronarse un batifondo. Surgen resplandores atropellados. Pasa el último o el primer tren de la noche. Durante una fracción de tiempo que al viejo se le antoja la eternidad entera, los envuelve el bochinche, la girándula de espantadas luces.
Acaso la literatura, acaso mi literatura, rectifica, no cumpla otra misión que la de perfeccionar el pasado para que el porvenir se proponga no ser menos.

Axinia, en cambio, no sabía qué hacer y, por las dudas, le lanzaba a aquel intruso un ceño de esfinge que ya ha preguntado y ahora aguarda la respuesta, antes de devorar a quien no conteste bien.
A la gente pobre le basta un poco de compañía y sentirse momentáneamente a cubierto de la maldición del trabajo para ser feliz.

Sólo los viejos no imaginaron nada: el espectáculo era demasiado enigmático para sus años, de modo que se conformaron con presenciarlo.

Quién es el hombre que no oculta, en el secreto de su corazón, un recuerdo que se mantiene allí sepulto durante años y años hasta que un día, porque se escucha una música, porque se huele un perfume o se paladea un sabor, aquel recuerdo despierta como una hemorragia y no es el recuerdo de ninguna cosa en particular, de un rostro, de un patio, o de un amor, de un dolor, de una fiesta, sino sólo el recuerdo de uno mismo cuando era joven y era bueno y nadie había muerto todavía.

lunes, 25 de enero de 2010

Fernando Savater en La Hermandad de la Buena...

Fernando Savater La Hermandad de la Buena Suerte

¡Oh, pozo sagrado! Te busco y quiero beber
de ti y así jamás estaré sediento otra vez. Lorenzo de Medicis, Laudi Spirituali

(carece de imaginación, la matriz de toda sospecha)
Sólo con la angustia puede contarse para siempre.
Como se olvida lo que más apreciamos, lo único que cuenta –el amor o la juventud, por ejemplo-
Grietas que comprometen el resto de nuestra mediocre armonía.
Detente, momento, porque eres tan hermoso...
Quien pretende la felicidad suele fracasar; pero los que se esfuerzan en estropear su vida se salen siempre con la suya.
Más vale tener una actitud positiva ante las cosas, aunque desde luego sin permitirse ningún género de esperanza.
Estamos perdidos, bueno, pero nada más: mientras tanto se las puede arreglar uno.
Hay tan pocas cosas a las que aferrarse... No tenemos orientación.
No tiene esperanza pero tampoco miedo.
Su coca light de alcohólico reformado.
Porque soy hombre de formación científica no quiero negar la evidencia de mis sentidos: no digo ni mucho menos que lo imposible pueda ser, sólo me limito a constatar que lo imposible es.
El primer mandamiento de su decálogo profesional ordenaba la paciencia por encima de todo.
El tren estaba arrancando ya. Subí sin más equipaje que mi zozobra.
El viaje en sí mismo me da igual, una vez que tengo asumido el destino que debo alcanzar.
Mi permanente disponibilidad para el llanto no siempre ha de ser una maldición, por mucho que me haga frecuentemente quedar en ridículo.
Ningún sueño revela el sentido secreto de la vida, sino un secreto mucho mayor, que la vida carece de sentido.
Sherlock Holmes nunca intuía ni se dejaba llevar por pálpitos, aborrecía esos procedimientos poco científicos. Se enorgullecía de guiarse sólo por la deducción a partir de los hechos.
Como suele decirse, después del coito todos los animales se quedan tristes. Añado yo: algunos ya están tristes antes y follan para que se les pase. Oh, vaya, no debería ni pensar estas cosas.
La consideraba con un respeto temeroso y también con ese punto de resignación con que acatamos el fastidio de que en todo haya superdotados.
La voz del enano se hizo más opaca, como si se envolviera en terciopelo negro.
Hablar de azar, de la casualidad, la suerte, el hado o la fortuna... todo son formas de negar que haya razón o propósito divino, y mucho menos justificación moral, en lo que acaece en nuestras vidas.
El azar consiste en negarse a cualquier adoración, a cualquier reconocimiento y sobre todo a cualquier explicación última. ¡No hay razón de nada, todo es sin porqué o porque sí, como prefiera!
Su memoria es realmente asombrosa. Comprende poco pero nunca olvida nada, ni importante ni trivial. Yo lo utilizo como si fuera mi agenda y no me falla jamás.
“Sin mentiras no se puede vivir o se vive mucho peor”, me decías, tan tranquila.
Mientras yo viva, tú también seguirás estando en este mundo como presencia protagonista. Con mi muerte, moriremos del todo y para siempre ambos, nos perderemos en la nada como si no hubiésemos existido jamás, como si nuestro amor no hubiera sido. Igual que antes luché para que no murieses, ahora intento evitar la muerte yo, por lo mismo: para que sigamos juntos. Otra razón no tengo para este largo penar, ni otro apego.
Le atrae como la mierda a las moscas.
Tengo muy presente a Sherlock Holmes. Recuerdo especialmente el axioma básico de su sistema deductivo: cuando todas las explicaciones verosímiles han sido descartadas por demostrarse imposibles, lo que queda, por más extraño o chocante que parezca, debe ser la solución verdadera.
Mi experiencia me ha enseñado que todos los que sienten primero la irresistible necesidad de beber no tardarán mucho en experimentar la no menos irresistible necesidad de hablar.
¡Qué fácil es hacerse engañosas ilusiones sobre uno mismo y sobre casi todo lo demás!
¡Qué raro es todo, eh! ¿Verdad que todo es rarísimo?
Entrenar un caballo, como criar un niño, consiste realmente en enseñarle a hacerse responsable. J. Smiley, Un año en las carreras
El horror de nuevo confirmado giraba con renovada furia en su cerebro como un ventilador atroz que no dispensara aire sino angustia. No es que le agobiara demasiado la inminencia de la muerte, la daba por descontada. Miraba desde hacía tiempo a las personas y las cosas con los ojos de la despedida, como alguien que irremediablemente se marcha: es decir, gracias a su enfermedad había alcanzado en buena parte la actitud del sabio. Pero no del todo. Aún mantenía un vínculo afectivo y por tanto doloroso con el mundo.
¡qué pronto se hace tarde!, ¡qué pronto se hace tarde! Sin duda la consideración sobre nuestra vida más obvia e inevitable de todas.
El fulgor del día recién estrenado destacaba como por sorpresa la potencia de su juego muscular rotundo y fibroso bajo la piel leonada.
¡Qué claro está todo cuando ya no hay nada que hacer!
Si quería ser sincero conmigo mismo -¡peligrosísima afición! –
Todo lo que puede empeorar no suele renunciar a hacerlo.
Hay dos tipos de miedo, uno que nos asalta y sobresalta, otro que nos aterra y entierra. El primero se presenta a veces y a veces no, hasta que puede hacerse muy raro a partir de cierta edad; el segundo, cuando llega, se queda para siempre, o sea hasta el final.
“Ya te dije que no he nacido ayer.” Esa precisión biográfica no me aclaró demasiado las cosas.
Sos de los que cuando tienen que hacer algo que no quieren hacer, lo hacen cuanto antes sin pensarlo más.
Un escéptico que ponía en cuarentena casi todo pero nunca retrocedía cuando había que enfrentarse a la evidencia.
Me era difícil tranquilizar a nadie, con lo poco tranquilo que estaba yo.
Las antiguas palabras con las que uno se acerca a los caníbales y a los marcianos... o a la criatura de Frankenstein: “Amigo... tranquilo, soy un amigo... soy amigo.”
Un diálogo sensato que pusiera en común nuestros intereses.
“estrés” viene del latín estringere, o sea apretar, estrujar. Vivimos estrujados, exprimidos por nosotros mismos, y lo peor es que nos gusta.
La página intensa justifica los cientos de páginas aburridas.
No hay poder bueno, al menos en este mundo. No existe poder terrenal aceptable, sólo apisonadores de la dignidad humana.
Quien tiene genio, tiene mal genio...
Se puede, en el mejor de los casos, gobernar sin crímenes, pero jamás sin injusticias.
¿Deberemos secuestrarle nosotros y después decir que le estamos rescatando? Ni que fuéramos el Ejército de de Estados Unidos...
Me enorgullezco de ser persuadible. Si se me ofrecen los debidos argumentos de peso, cambio de opinión sin rechistar ni sentirme humillado. Lo único humillante, claro, es no ceder a la razón.
Con pocas o nulas ganas de volver a casa (ya sabes que no soporto el llamado hogar desde que tu faltas y por tanto se ha convertido en un decorado mustio, vacío).
El mejor no es quien hace aspavientos y finge luchar heroicamente contra lo imposible, sino el que se deja llevar sin aparente esfuerzo.
La única buena suerte de cualquiera, de todos, es el amor. Lo inmerecido, lo que llega sin saber cómo, lo que todo desmiente y sin embargo ahí está.
Con la edad el amor es ya como el mar en invierno.
Su cultura era peor de lo que él creía pero mejor de lo que le suponían los demás.
Quería saber en qué consiste de veras la buena suerte. Quería saber en qué consiste el premio gordo, la Buena Suerte con mayúsculas, la de verdad, la definitiva. La gran suerte, la mayor suerte, la definitiva buena suerte es la muerte por sorpresa.

jueves, 21 de enero de 2010

Lo que dijo un egipcio en "El diálogo..."

Lo que dijo un antiguo egipcio en “El diálogo de un desesperado con su alma”

Le hablé a mi alma y respondí a lo que me dijo:
Es demasiado duro para mí que hoy no quiera mi alma hablar conmigo.
Es más que una exageración. Es como ignorarme.
Que no se vaya mi alma, y que me preste atención.
No estará en ella huir el día de los problemas.
Mirad, mi alma me ignora, pero no la escucho arrastrándome a la muerte antes que yo vaya a ella arrojándome en el fuego para consumirme.
Que me juzgue Dyehuty (Thot), el pacificador de los dioses. Que me defienda Jonsu, el escriba de la justicia. Que Ra escuche mis palabras, el comandante de la barca sagrada.
Es agradable que los dioses rechacen los secretos de mi cuerpo.
Mi alma me respondió: “No eres, ciertamente, un hombre, eres, ciertamente un viviente. ¿Cuál es tu provecho?
¿Estar preocupado por la vida como un poseedor de riquezas?”.
Respondí: “No me iré mientras estés en la tierra”.
Pero tus posesiones están muertas aunque tu nombre está vivo.
Ella es un lugar de reposo atractivo para el corazón.
El occidente es una morada. Si mi alma me escucha y su pensamiento está de acuerdo conmigo, entonces será afortunada.
Haré que alcance el occidente como aquel que está en su pirámide atendido en su entierro por un superviviente.
Si me empujas a la muerte en esta forma, no encontrarás en el occidente sobre qué puedas posarte. Sé paciente, mi alma, mi hermano, hasta que exista mi heredero, quien hará ofrendas y las colocará sobre la tumba el día del entierro y él preparará el féretro de la necrópolis.
Abrió mi alma su boca y respondió a lo que dije:
“Si piensas en el entierro, es una tristeza, es lo que trae el llanto, haciendo miserable a un hombre, es lo que aparta a un hombre de su casa siendo arrojado sobre la colina.
No ascenderás a las alturas para que puedas ver a Ra.
Quienes edifican con piedras de granito, quienes construyen las pirámides hermosas mediante trabajos hermosos, cuando se convierten los constructores en dioses, sus piedras de ofrendas son destruidas, del mismo modo que los débiles, que mueren en la orilla por carecer de sucesor.
Capturó la inundación sus restos y el sol del mismo modo. Les hablan los peces de los dos márgenes del agua. Escúchame. Mira, es bueno escuchar a la gente.
Sigue el día felizmente y olvida la preocupación”.
Respondí a lo que dijo: “Mira, apesta mi nombre, mira, más que el olor de los buitres calvos en un día de la estación de ‘shemu’ cuando el cielo está caliente. Mira, apesta mi nombre, mira, más que el de una mujer esclava de la que se dicen mentiras a causa de un hombre. Mira mi nombre apesta, mira, más que el del niño robusto que se dice contra él que es de su rival.
¿A quién hablaré hoy? Los hermanos son malos. No es posible querer a los amigos de hoy
¿A quién hablaré hoy? Son avaros los corazones. Todos se apropian de los bienes ajenos.
¿A quién hablaré hoy? Se encuentra satisfacción en el mal y se coloca lo bueno en tierra, en cualquier lugar.
¿A quién hablaré hoy? Quien hacía encolerizar a un hombre por sus acciones malas hace reír a todos, siendo su maldad perniciosa.
¿A quién hablaré hoy? El malhechor es un íntimo y el hermano se ha convertido en un enemigo.
¿A quién hablaré hoy? Nadie quiere recordar el pasado y nadie quiere ayudar a quien actúa en este tiempo.
¿A quién hablaré hoy? Los rostros se ocultaron y todos están con la cabeza agachada, más que tu prójimo.
¿A quién hablaré hoy? Los corazones son avariciosos y no existe el corazón de un hombre en el que uno pueda confiar.
¿A quién hablaré hoy? No hay hombres justos. Todos se apropiaron de los bienes ajenos.
¿A quién hablaré hoy? Estoy agobiado cargado de penurias. Los amigos nos tratan como a desconocidos.
¿A quién hablaré hoy? El pecado, la plaga del país, no tiene fin.
La muerte está en mi cara en el día de hoy, como la curación un enfermo,
como salir al exterior después de una reclusión. La muerte está en
mi cara hoy como el olor de la mirra, como sentarse bajo un toldo un día
de viento. La muerte está en mi cara hoy como la fragancia de los lotos, como sentarse en los bancos de arena de la tierra de la embriaguez.
La muerte está en mi cara hoy como un camino trillado, como la vuelta a su casa de un hombre desde una expedición.
La muerte está en mi cara hoy como la claridad del cielo, como un hombre descubridor que está a la entrada de aquello que ignoró.
La muerte está en mi cara hoy como desea un hombre ver su casa después de pasar numerosos años capturado en reclusión.
Será, ciertamente, quién está allí como un dios vivo castigando el crimen del malhechor. Será, ciertamente, quien está allí colocado en la barca sagrada haciendo que se den alimentos de allí a los templos.
Será, ciertamente, quien está allí como un sabio y no es rechazado en la apelación de Ra cuando hable”.
Lo que me dijo mi alma: “Coloca las lamentaciones en un colgador, oh mi camarada, mi hermano. Debes ofrecer sobre el incensario y romper con la vida, y del mismo modo dirás: “deséame aquí”, después de haber rechazado el occidente. Pero cuando se desee que alcances el occidente, que alcancen tus miembros la tierra, me posaré después que te hayas cansado y entonces haremos una morada juntos”.
Significa que acabó, desde su principio hasta su final, es como lo que fue encontrado en el libro.

miércoles, 20 de enero de 2010

Lo que dijo un egipcio en el poema "Yo escogí..."

Lo que dijo un egipcio antiguo en el poema

“Yo escogí este camino”

Yo escogí este camino,
aunque no me guió hacia la verdad.

Nunca me he quejado
y por siempre le sigo,

aunque no haya calmado,
ni alejado, a la muerte.

Yo escogí este camino,
por lo que amo, lo que odio
y lo que viene.

viernes, 15 de enero de 2010

Marco Denevi en La viveza, ...

Marco Denevi - La viveza, entre la inteligencia y la estupidez - 1982 -

Frente a un problema concreto, la reacción mental del hombre inteligente es dinámica: buscará el camino de la solución, a menudo a través de exploraciones, de asedios desde distintos flancos, de razonamientos abandonados en un punto y recomenzados en otro, hasta encontrar la salida. En latín, salida se dice exitus, que los ingleses tradujeron por exit. La inteligencia conduce al éxito. Ese mismo idioma, madre del nuestro, cuyo estudio hoy les parece superfluo a algunas autoridades universitarias, tiene un verbo, stupere, que significa quedarse quieto, inmóvil, paralizado y, en sentido traslaticio, mentalmente detenido como delante de un cartel que dijera stop. De ahí deriva la palabra estúpido: hombre que permanece entrampado por un problema sin atinar con la salida, aunque a veces adopte la agitación convulsa de una mariposa encandilada por una luz muy fuerte o los movimientos desesperados de un animal dentro de una jaula. Hablo siempre de lo que ocurre en la mente. Las dos únicas reacciones del estúpido serán la resignación o la violencia, dos falsas salidas, dos fracasos. Salvo casos patológicos, todos somos inteligentes respecto a un tipo de problemas y estúpidos respecto a otro tipo de problemas. Cuanto la inteligencia y la estupidez le deben a los genes y cuanto a la educación (digamos, a la gimnasia) es un asunto que dejaré de lado para que no me usurpe todo el espacio del que dispongo. Pero no querría pasar por alto un dato: sin el auxilio del intelecto, esto es de la capacidad del análisis crítico del problema, y sin la posesión de conocimientos relacionados con ese problema y adquiridos por experiencia propia, o por revelación ajena, la pura inteligencia no llegaría muy lejos en el camino del éxito. La estupidez, por mas que acumule conocimientos, no sabe que hacer con ellos. El desarrollo, en un mismo individuo, de la inteligencia, del intelecto y de los conocimientos bien puede llamarse sabiduría, si no en la aceptación teísta que le dan las Escrituras, por lo menos como tributo humano susceptible de adquisición y de pérdida. Pero aunque no haya sabios y hasta Leonardo Da Vinci falle en sus experimentaciones con los óleos y pigmentos de sus cuadros y Albert Einstein no acierte en ubicar el hotel donde se aloja, ambos merecen el título de sabios. Con alguna frecuencia la realidad nos pone, de momento, mentalmente paralíticos. Es cuando decimos que estamos estupefactos, lo cual significa "estar hechos unos estúpidos". La inteligencia, si la tenemos, vendrá a rescatarnos de esa pasajera estupidez que se llama estupefacción. A propósito: alguna vez Solyenitzin escribió que la televisión nos sume en largos intervalos mentales de inmóvil estupor. ¿Dispondremos de la suficiente inteligencia como para no ser dañados por los poderes estupefacientes de la hogareña y diaria televisión? Situada a mitad de camino entre la inteligencia y la estupidez, la viveza comparte con la inteligen-cia, el dinamismo mental y, con la estupidez, la incapacidad de encontrar la solución a un proble-ma. Se mueve, pero no en dirección de la salida. La viveza, creo yo, es la habilidad mental para manejar los efectos de un problema sin resolver el problema. El hombre dotado de viveza, el vivo, no ejercita la inteligencia, sino un sucedáneo de la inteligencia, apto para entenderse con las consecuencias prácticas del problema, pero no con el problema mismo. Dicho de otro modo, el vivo se mueve mentalmente en procura de cómo eludir los efectos de un problema, de cómo (en la mejor de las hipótesis) volverlos beneficiosos para él o (en la peor) de cómo desviarlos en perjuicio de un tercero. La viveza, pues, necesariamente se conecta con la moral. Sin el concurso del egoísmo no se puede ser vivo. Y para echarle el fardo al prójimo
sin que éste se resista, es imprescindible cierto grado de inescrupulosidad y hace falta practicar algún género de fraude, siquiera verbal. Observado durante un corto plazo, el vivo da la impresión de haber obtenido éxito, de ser inteligente: se desplaza entre los problemas sin padecer las consecuencias o, mejor aun sacándoles provecho. Como el flujo de los efectos no se interrumpe, el vivo no puede entregarse a los ocios y recesos de la viveza. De ahí que se los suele calificar de "despiertos". Aparenta una brillantez mental que engaña a las miradas superficiales. El inteligente, cuando esta armando sus estrategias para atacar un problema, parece amodorrado y, en comparación con el vivo, un poco estúpido.
Cuanto más complejo sea el problema, mas exigirá del inteligente paciencia y esfuerzo, más lo someterá al silencioso y tedioso análisis crítico y al constante repaso de los conocimientos. La viveza no puede permitirse esas demoras. Los efectos prácticos del problema no esperan mucho tiempo para hacerse sentir. De modo que el vivo está obligado a la rapidez y, consecuentemente, a la improvisación de sus métodos por lo general empíricos. Otra vez el inteligente comparado con el vivo, parecerá lento y hasta torpe. Si los efectos del problema, por su magnitud o por su complejidad, sobrepasan las posibilidades de la viveza para eludirlos, para aprovecharlos o para torcerlos hacia un costado, el vivo, por fin acorralado como un estúpido, no sucumbe ni a la resignación ni a la violencia, no confesará jamás su fracaso, no devolverá las armas que esconde en su mente: buscará algún chivo emisario a quien cargarle la culpa. En todas las sociedades conviven los inteligentes, los estúpidos y los vivos según proporciones distintas para cada una de ellas. Para Borges no había ningún italiano ni ningún judío estúpidos. Exageraba, sin duda. Pero ahora imaginemos un país ficticio donde, por razones genéticas o por razones históricas, los vivos estén en mayoría. Esbozaré la novela de lo que podría ocurrir en ese país imaginario. Puesto que son mayoría, unos vivos ocupan el gobierno. Y otros vivos los eligen. Los vivos que los eligen, y por supuesto los estúpidos, incapaces de solucionar los problemas del país, los transferirían a los elegidos. Y los elegidos, como vivos que son, se dedicarán a lo suyo: ponerse a salvo de los efectos de los problemas, sacarles provecho o desviarlos hacia los demás, así sean vivos, estúpidos o inteligentes. Durante un tiempo los estúpidos parpadearán de catatonia mental, los inteligentes se sentirán marginados y los vivos tratarán de imitar la viveza de los gobernantes. Mientras tanto los problemas, sin resolver, se acumulan, se multiplican, se superponen. Hasta que, fatal, llega el día en que los problemas forman una pared compacta con un cartel que dice stop. Y ahí la sociedad se detiene. Entonces los estúpidos, si no se resignan, se vuelven violentos. Los inteligentes toman su valija y huyen. Y los vivos corren de un efecto a otro efecto vendando aquí, remendando allá, emparchando más allá. Dejan los bofes en ese desesperado ir y venir por entre el caos de los efectos sin control. Y para disimular su impotencia recurren a los fantasmas de los chivos expiatorios y a un lenguaje esquizofrénico que, disociado de la realidad, seguirá pronunciando el discurso con que alguna vez embaucaron a la estupidez. Estúpidos de brazos cruzados o de brazos armados, inteligentes en fuga, vivos parlanchines y desesperados: tal sería la imagen de ese país ficticio caído al pie del ominoso stop. Para él no habrá sido una salvación, un grito de guerra: ¡La inteligencia al poder! Salvo que todos los inteligentes hayan huido, hipótesis que no parece verosímil, la novela podría tener un final feliz.

jueves, 7 de enero de 2010

Carl Sagan en Contacto

CONTACTO Carl Sagan Traducción: Raquel Albornoz

Que podamos dejarle a tu generación un mundo mejor que el que nos dejaron.
Era inconcebible que su madre pudiera estar verdaderamente enamorada de esta persona. Seguramente había vuelto a casarse por razones de soledad, por flaqueza. Necesitaba que alguien se ocupara de ella.
No es deseable creer una proposición cuando no existe fundamento para suponer que sea cierta.
Durante toda la presencia del hombre sobre la faz de la Tierra, el cielo nocturno ha sido siempre para él una compañía y fuente de inspiración. Las estrellas son reconfortantes y parecen demostrar que los cielos se crearon para beneficio del ser humano.
Algunas personas hallaron en los cielos una apertura hacia la sensibilidad religiosa. Muchos se sienten sobrecogidos y humillados por la gloria y la magnitud del cosmos. Otros, sienten el estímulo para manifestarse con el más exagerado vuelo de su fantasía.
Para trabajar bien, es preciso estar lejos de la civilización.
Esta es la primera vez en la historia humana en que podemos buscar a los habitantes de otros mundos. Si fracasamos, habremos llegado a captar algo de lo rara y valiosa que es la vida en nuestro planeta, hecho que, si se concretara, valdría la pena que supiéramos.
A los que beben sin brindar los llamamos alcohólicos.
Había excesos en la ciencia tanto como en la religión. El hombre sensato no debía dejarse atemorizar por ninguna de las dos.
No tiene idea de cómo un nuevo paradigma científico incluye al anterior.
Es preciso prever todas las eventualidades.
-Es difícil matar a una criatura una vez que ésta te ha demostrado su inteligencia.
¿Por qué la gente dice “cometer nuevamente el mismo error”? ¿Qué le agrega “nuevamente” a la oración?
Dices que no hay amor, mi amor,
a menos que dure para siempre.
Tonterías, hay episodios
mucho mejores que la obra entera.
Le gustaba contarle sus recuerdos, fragmentos del pasado, y el no sólo manifestaba interés sino que parecía fascinado. La interrogaba durante horas sobre su infancia, siempre con preguntas directas pero cariñosas.
El lenguaje nos libera del sentimiento, o casi. A lo mejor es una de sus funciones… que podamos comprender el mundo sin dejarnos abatir totalmente por él.
Yo desconfío de los científicos porque ellos a su vez desconfían de todo.
La primera idea que se le ocurre a una persona no es necesariamente correcta. La gente es capaz de autoengañarse. Los científicos también.
Yo no creo en la existencia de una única verdad, pero cuando se permite la discusión de las distintas opiniones, cuando cualquier escéptico puede practicar un experimento para verificar su teoría, allí tiende a surgir la verdad.
-Las principales religiones de la tierra se contradicen unas a otras, y no todas
pueden ser correctas. ¿Y si estuvieran todas equivocadas? Es una posibilidad.
-Quizá seamos todos peregrinos en el camino que conduce a la verdad.
¿Y si lo que consideramos como verdadero resulta ser un malentendido, un caso especial, un equívoco?
Mirar las estrellas siempre me hace soñar, como sueño al contemplar los puntitos negros que representan a pueblos y ciudades en un mapa. Vincent Van Gogh.
-Podríamos decir que mi carrera científica ha sido una secuencia de asociaciones libres; una cosa me fue llevando a la otra.
El universo no sólo es más extraño de lo que imaginamos, sino más extraño de lo que podemos imaginar.
Ya conocen el dicho: Una vez es accidente, dos, coincidencia, tres, conspiración.
Cuando alguien pasa muchos meses con un grupo pequeño y aislado de personas, se vuelve muy sensible a los ánimos y estados emocionales de cada uno de sus miembros.
Creo que hay una respuesta para cada problema, si buscas en el lugar adecuado.
El se sentía satisfecho. Había hecho todo lo posible, el resto dependía de los Hados.
No podemos hacer nada respecto de eso. Hemos trabajado lo mejor posible y ahora volvemos a casa.
¡Es sólo una máquina! –También nosotros lo somos. Sólo es una cuestión de niveles. El hecho de estar constituidos por carbono o por siliconas no hace una diferencia fundamental, deberíamos
tratarnos mutuamente con un respeto apropiado.
Uno de esos golpes de suerte que a veces –no siempre- favorecen a quienes lo merecen.
La terminología sobrevive mucho tiempo a la tecnología que le dio origen.
Imaginaba una docena de cosas que podían fallar, no era gran consuelo recordar que siempre era una decimotercera la que finalmente fallaba.
Tenía como regla no preocuparse nunca por aquello sobre lo cual no tuviera ningún control.
Lo disfrutaba aun más porque seguramente ya nada podría funcionar mal, y aunque eso sucediera no tendría nada que reprocharse. Había hecho todo lo posible para asegurar el éxito.
Algunos peligros son tan espectaculares y tan alejados de la experiencia cotidiana que la mente
se niega a aceptarlos como reales, y contempla cómo se acerca la destrucción sin ningún tipo de aprensión. El hombre que ve cómo se abalanza la ola gigante, cómo desciende la avalancha, cómo se acerca el embudo enloquecido del tornado, y no hace ningún intento de huir, no está necesariamente paralizado por el miedo o resignado a su destino inevitable. Simplemente, no es capaz de creer que el mensaje que sus ojos le comunican tenga que ver con el. Todo esto le está sucediendo a algún otro.
Lentamente, la tensión se fue aflojando. Como siempre sucede en estas circunstancias, la gente comenzó a reírse y a hacer bromas tontas.
La idea central del capitalismo era proporcionar alternativas al consumidor.
Sólo se destinan abultados presupuestos para publicidad cuando no hay diferencia entre los productos. Si los productos fueran realmente distintos, la gente compraría el mejor. La
propaganda le enseña al hombre a no confiar en su propio criterio, a comportarse como un estúpido.
Los fabricantes podrían derivar una parte de su presupuesto publicitario para mejorar sus productos, y así saldría beneficiado el consumidor.
El escepticismo es la castidad del intelecto, y es una vergüenza entregarlo demasiado pronto. George Santayana.
Ella no era atea sino agnóstica. Tiene una mente abierta; no obstaculizada por el dogma.
¿Por qué no podemos determinar qué es lo que sirve a nuestro mejor interés… como especie?
Yo sería el último en negar que existe bondad en el corazón del hombre.
Como sucede con las pruebas bien estructuradas, el solo hecho de darlas constituía de por sí una experiencia de aprendizaje.
Gustav Benzel, un técnico checoslovaco que, en 1870 inventó la calesita.
Había encarado escépticamente el problema porque el escepticismo yacía en el corazón de la ciencia.
No tenía ánimo para el trato social, y tampoco podría soportar reuniones largas.
Empezamos a considerar a la Tierra como un organismo, un ser viviente. Nos preocupamos por él, le tenemos cariño, le deseamos lo mejor.
Las leyes viejas no se han puesto a la par de la tecnología moderna. Se pierde mucho tiempo con los juicios, y eso disminuye el rendimiento.
Se reprochó no haber encontrado nunca quince minutos libres para charlar con su madre.
Los dioses existen porque la naturaleza misma ha impreso el concepto de ellos en la mente del hombre. Cicerón.

Llevaría una navaja multiuso suiza.
En Mozambique se dice que los monos no hablan porque saben que, si llegan a articular una sola palabra, el hombre los pondrá a trabajar.
Pero, ¿por qué nos comunicamos? Para intercambiar información. Porque nos alimentamos de ella. La información es imprescindible para nuestra supervivencia, puesto que si no la tuviéramos, moriríamos.
Yo creo que nos comunicamos por amor o compasión.
Le pregunté si, ya que podía hablar con las piedras, también podía comunicarse con los muertos. ¿Y qué respondió? Que con los muertos era fácil. Con quienes tiene problemas es con los vivos.
Se mostró preocupada por las irracionales predilecciones de la especie humana.
Se alegró de que, para él, fuese a haber un después.
Estoy pensando cada vez menos, se dijo, pero no importa, sinceramente no importa.
Lo siento muchísimo. Tengo cierta experiencia en eso de llorar por la pérdida del ser amado.
Justo cuando se sentía con más capacidad que nunca para amar, de pronto se encontraba sola.
Ni siquiera en un momento así podía abrazarlo. Eran dos extraños mínimamente unidos por un cadáver.
Perdóname. Sólo fui humana. Cariños, Mamá.
Las criaturas pequeñas como nosotros sólo podemos soportar la inmensidad por medio del amor.

domingo, 3 de enero de 2010

Isabel Allende en El Bosque de los Pigmeos

Isabel Allende El Bosque de los Pigmeos Bs.As. Sudamericana, 2005
ISBN 950-07-2219-4

Si regresas, vivirá. Si no regresas, morirá de tristeza, pero no de enfermedad.
-Se puede hacer daño y se puede hacer el bien. No hay recompensa por hacer el bien, sólo satisfacción en tu alma. A veces hay que pelear. Tú tendrás que decidir.
-No se separen. Juntos pueden salvarse, separados morirán –dijo Ma Bangesé.

-Necesito mi vodka para el dolor de huesos –se quejó Kate, calculando que debía cuidar como oro las pocas botellas que tenía.
-¿No puede arreglarse con aspirina? –sugirió Mushaha.
-¡Las píldoras son veneno! Yo sólo uso productos naturales –exclamó la escritora.

Entre ellos las hembras mandan. Eso significa que tienen mejor calidad de vida, hay menos competencia y más colaboración; en su comunidad se come y se duerme bien, las crías están protegidas y el grupo vive de fiesta. No como otros monos en que los machos forman pandillas y no hacen más que pelear.
-¡Ojalá fuera así entre los humanos! –suspiró Kate.

Los caminos son largos, pero todos conducen a Dios.

-La muerte anda de fiesta por esos lados.

Ninguno contaba con cinturón de seguridad, porque Angie los consideraba una precaución inútil.
-En caso de accidente, los cinturones sólo sirven para que no se desparramen los cadáveres dijo.

Nadia se encogió de hombros, sin entender por qué él se sintió defraudado con su primera impresión de África. Ella no esperaba nada en particular. Alexander concluyó que si África hubiera estado poblada por extraterrestres, Nadia los habría asumido con la mayor naturalidad, porque nunca anticipaba nada.

Las creencias propias se llaman religión, las de los demás se llaman superstición –comentó Kate.

Lo que hacen los blancos es arte y lo que hacen otras razas es artesanías”.

Conversaban en susurros. Se mantenían en contacto cuando estaban separados, pero igual tenían un millar de cosas que contarse cuando se encontraban. Su amistad era muy profunda y calculaban que les duraría el resto de sus vidas. La verdadera amistad, pensaban, resiste el paso del tiempo, es desinteresada y generosa, no pide nada a cambio, sólo lealtad. Sin haberse puesto de acuerdo, defendían ese delicado sentimiento de la curiosidad ajena. Se querían sin alarde, sin grandes demostraciones, discreta y calladamente. Por correo electrónico compartían sueños, pensamientos, emociones y secretos. Se conocían tan bien que no necesitaban decirse mucho, a veces una palabra bastaba para entenderse.

Para ser misionero se requerían las mismas virtudes que para torear: valor, resistencia y fe para enfrentar dificultades.

Los años se notan cuando se encorva la espalda y se emiten ruidos: toses, carraspeos, crujir de huesos, gemidos. Por lo mismo ella andaba muy derecha y sin hacer ruido.

En su larga vida había comprobado que se le puede decir a un hombre la lisonja más ridícula y por lo general se la cree.

Discutir con Leblanc era la sal de su vida, eso la mantenía combativa; no le convenía pasar mucho tiempo lejos de él, porque se le podía ablandar el carácter. Nada temía tanto la vieja escritora como la idea de convertirse en una abuelita inofensiva.

Respiró hondo varias veces, hasta calmar por completo su ansiedad, y se concentró.

La visión que tuvimos es una advertencia: en alguna parte nos aguarda un monstruo de tres cabezas.
No existen monstruos de tres cabezas, Águila.
-Como diría el chamán Walimai, puede ser y puede no ser –replicó ella.

Los espíritus rara vez intervienen en los acontecimientos del mundo material, aunque a veces ayudan a los animales mediante la intuición, y a las personas mediante la imaginación, los sueños, la creatividad y la revelación mística o espiritual. La mayor parte de la gente vive desconectada de lo divino y no advierte los signos, las coincidencias, las premoniciones y los minúsculos milagros cotidianos con los cuales se manifiesta lo sobrenatural. Se dieron cuenta de que los espíritus no provocan enfermedades, desgracias o muerte, como habían oído; el sufrimiento es causado por la maldad y la ignorancia de los vivos. Tampoco destruyen a quienes violan sus dominios o los ofenden, porque no poseen dominios y no hay modo de ofenderles. Los sacrificios, regalos y oraciones no les llegan; su única utilidad es tranquilizar a las personas que hacen las ofrendas.

Las mentes de Alexander y Nadia se expandieron de nuevo y percibieron las conexiones entre los seres, el universo entero entrelazado por corrientes de energía, por una red exquisita, fina como seda, fuerte como acero. Entendieron que nada existe aislado; cada cosa que ocurre, desde un pensamiento hasta un huracán, afecta a lo demás. Sintieron la tierra palpitante y viva, un gran organismo acunando en su regazo la flora y la fauna, los montes, los ríos, el viento de las llanuras, la lava de los volcanes, las nieves eternas de las más altas montañas. Y esa madre planeta es parte de otros organismos mayores, unida a los infinitos astros del inmenso firmamento.
Los jóvenes vieron los ciclos inevitables de vida, muerte, transformación y renacimiento como un maravilloso dibujo en el cual todo ocurre simultáneamente, sin pasado, presente o futuro, ahora desde siempre y para siempre.
Y por fin, en la última etapa de su fantástica odisea, comprendieron que las incontables almas, así como cuanto hay en el universo, son partículas de un espíritu único, como gotas de agua de un mismo océano. Una sola esencia espiritual anima todo lo existente. No hay separación entre los seres, no hay frontera entre la vida y la muerte.

Nana-Asante se había vuelto sabia durante esos años de y soledad entre los muertos; había limpiado su corazón de odio y codicia, nada deseaba, nada la inquietaba, nada temía. Era valiente porque no se aferraba a la vida; era fuerte porque la animaba la compasión; era justa porque intuía la verdad; era invencible porque la sostenía un ejército de espíritus.

Alexander y Nadia estaban transformados por la experiencia vivida en el mundo de los espíritus. Durante unas horas dejaron de ser individuos y se fundieron en la totalidad de lo que existe. Se sentían fuertes, seguros, lúcidos; podían ver la realidad desde una perspectiva más rica y luminosa. Perdieron el temor, incluso el temor a la muerte, porque comprendieron que, pasara lo que pasara, no desaparecerían tragados por la oscuridad. Nunca estarían separados, formaban parte de un solo espíritu.

¿Cómo podía ser que no hubiera diferencia entre villanos y héroes, santos y criminales; entre los que hacen el bien y los que pasan por el mundo causando destrucción y dolor? No conocían la respuesta a ese misterio, pero supusieron que cada ser contribuye con su experiencia a la inmensa reserva espiritual del universo. Unos lo hacen a través del sufrimiento causado por la maldad, otros a través de la luz que se adquiere mediante la compasión.

En ciertas circunstancias no se puede permanecer neutral.

Como jamás habían sido desafiados, se descuidaron.

Cada uno tiene su verdad y todas son válidas.

-¿Cómo hará para enseñarles a vivir en paz? –le preguntó Kate.
-Empezaré por las mujeres, porque tienen mucha bondad adentro –replicó la reina.