lunes, 25 de enero de 2010

Fernando Savater en La Hermandad de la Buena...

Fernando Savater La Hermandad de la Buena Suerte

¡Oh, pozo sagrado! Te busco y quiero beber
de ti y así jamás estaré sediento otra vez. Lorenzo de Medicis, Laudi Spirituali

(carece de imaginación, la matriz de toda sospecha)
Sólo con la angustia puede contarse para siempre.
Como se olvida lo que más apreciamos, lo único que cuenta –el amor o la juventud, por ejemplo-
Grietas que comprometen el resto de nuestra mediocre armonía.
Detente, momento, porque eres tan hermoso...
Quien pretende la felicidad suele fracasar; pero los que se esfuerzan en estropear su vida se salen siempre con la suya.
Más vale tener una actitud positiva ante las cosas, aunque desde luego sin permitirse ningún género de esperanza.
Estamos perdidos, bueno, pero nada más: mientras tanto se las puede arreglar uno.
Hay tan pocas cosas a las que aferrarse... No tenemos orientación.
No tiene esperanza pero tampoco miedo.
Su coca light de alcohólico reformado.
Porque soy hombre de formación científica no quiero negar la evidencia de mis sentidos: no digo ni mucho menos que lo imposible pueda ser, sólo me limito a constatar que lo imposible es.
El primer mandamiento de su decálogo profesional ordenaba la paciencia por encima de todo.
El tren estaba arrancando ya. Subí sin más equipaje que mi zozobra.
El viaje en sí mismo me da igual, una vez que tengo asumido el destino que debo alcanzar.
Mi permanente disponibilidad para el llanto no siempre ha de ser una maldición, por mucho que me haga frecuentemente quedar en ridículo.
Ningún sueño revela el sentido secreto de la vida, sino un secreto mucho mayor, que la vida carece de sentido.
Sherlock Holmes nunca intuía ni se dejaba llevar por pálpitos, aborrecía esos procedimientos poco científicos. Se enorgullecía de guiarse sólo por la deducción a partir de los hechos.
Como suele decirse, después del coito todos los animales se quedan tristes. Añado yo: algunos ya están tristes antes y follan para que se les pase. Oh, vaya, no debería ni pensar estas cosas.
La consideraba con un respeto temeroso y también con ese punto de resignación con que acatamos el fastidio de que en todo haya superdotados.
La voz del enano se hizo más opaca, como si se envolviera en terciopelo negro.
Hablar de azar, de la casualidad, la suerte, el hado o la fortuna... todo son formas de negar que haya razón o propósito divino, y mucho menos justificación moral, en lo que acaece en nuestras vidas.
El azar consiste en negarse a cualquier adoración, a cualquier reconocimiento y sobre todo a cualquier explicación última. ¡No hay razón de nada, todo es sin porqué o porque sí, como prefiera!
Su memoria es realmente asombrosa. Comprende poco pero nunca olvida nada, ni importante ni trivial. Yo lo utilizo como si fuera mi agenda y no me falla jamás.
“Sin mentiras no se puede vivir o se vive mucho peor”, me decías, tan tranquila.
Mientras yo viva, tú también seguirás estando en este mundo como presencia protagonista. Con mi muerte, moriremos del todo y para siempre ambos, nos perderemos en la nada como si no hubiésemos existido jamás, como si nuestro amor no hubiera sido. Igual que antes luché para que no murieses, ahora intento evitar la muerte yo, por lo mismo: para que sigamos juntos. Otra razón no tengo para este largo penar, ni otro apego.
Le atrae como la mierda a las moscas.
Tengo muy presente a Sherlock Holmes. Recuerdo especialmente el axioma básico de su sistema deductivo: cuando todas las explicaciones verosímiles han sido descartadas por demostrarse imposibles, lo que queda, por más extraño o chocante que parezca, debe ser la solución verdadera.
Mi experiencia me ha enseñado que todos los que sienten primero la irresistible necesidad de beber no tardarán mucho en experimentar la no menos irresistible necesidad de hablar.
¡Qué fácil es hacerse engañosas ilusiones sobre uno mismo y sobre casi todo lo demás!
¡Qué raro es todo, eh! ¿Verdad que todo es rarísimo?
Entrenar un caballo, como criar un niño, consiste realmente en enseñarle a hacerse responsable. J. Smiley, Un año en las carreras
El horror de nuevo confirmado giraba con renovada furia en su cerebro como un ventilador atroz que no dispensara aire sino angustia. No es que le agobiara demasiado la inminencia de la muerte, la daba por descontada. Miraba desde hacía tiempo a las personas y las cosas con los ojos de la despedida, como alguien que irremediablemente se marcha: es decir, gracias a su enfermedad había alcanzado en buena parte la actitud del sabio. Pero no del todo. Aún mantenía un vínculo afectivo y por tanto doloroso con el mundo.
¡qué pronto se hace tarde!, ¡qué pronto se hace tarde! Sin duda la consideración sobre nuestra vida más obvia e inevitable de todas.
El fulgor del día recién estrenado destacaba como por sorpresa la potencia de su juego muscular rotundo y fibroso bajo la piel leonada.
¡Qué claro está todo cuando ya no hay nada que hacer!
Si quería ser sincero conmigo mismo -¡peligrosísima afición! –
Todo lo que puede empeorar no suele renunciar a hacerlo.
Hay dos tipos de miedo, uno que nos asalta y sobresalta, otro que nos aterra y entierra. El primero se presenta a veces y a veces no, hasta que puede hacerse muy raro a partir de cierta edad; el segundo, cuando llega, se queda para siempre, o sea hasta el final.
“Ya te dije que no he nacido ayer.” Esa precisión biográfica no me aclaró demasiado las cosas.
Sos de los que cuando tienen que hacer algo que no quieren hacer, lo hacen cuanto antes sin pensarlo más.
Un escéptico que ponía en cuarentena casi todo pero nunca retrocedía cuando había que enfrentarse a la evidencia.
Me era difícil tranquilizar a nadie, con lo poco tranquilo que estaba yo.
Las antiguas palabras con las que uno se acerca a los caníbales y a los marcianos... o a la criatura de Frankenstein: “Amigo... tranquilo, soy un amigo... soy amigo.”
Un diálogo sensato que pusiera en común nuestros intereses.
“estrés” viene del latín estringere, o sea apretar, estrujar. Vivimos estrujados, exprimidos por nosotros mismos, y lo peor es que nos gusta.
La página intensa justifica los cientos de páginas aburridas.
No hay poder bueno, al menos en este mundo. No existe poder terrenal aceptable, sólo apisonadores de la dignidad humana.
Quien tiene genio, tiene mal genio...
Se puede, en el mejor de los casos, gobernar sin crímenes, pero jamás sin injusticias.
¿Deberemos secuestrarle nosotros y después decir que le estamos rescatando? Ni que fuéramos el Ejército de de Estados Unidos...
Me enorgullezco de ser persuadible. Si se me ofrecen los debidos argumentos de peso, cambio de opinión sin rechistar ni sentirme humillado. Lo único humillante, claro, es no ceder a la razón.
Con pocas o nulas ganas de volver a casa (ya sabes que no soporto el llamado hogar desde que tu faltas y por tanto se ha convertido en un decorado mustio, vacío).
El mejor no es quien hace aspavientos y finge luchar heroicamente contra lo imposible, sino el que se deja llevar sin aparente esfuerzo.
La única buena suerte de cualquiera, de todos, es el amor. Lo inmerecido, lo que llega sin saber cómo, lo que todo desmiente y sin embargo ahí está.
Con la edad el amor es ya como el mar en invierno.
Su cultura era peor de lo que él creía pero mejor de lo que le suponían los demás.
Quería saber en qué consiste de veras la buena suerte. Quería saber en qué consiste el premio gordo, la Buena Suerte con mayúsculas, la de verdad, la definitiva. La gran suerte, la mayor suerte, la definitiva buena suerte es la muerte por sorpresa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario