miércoles, 30 de diciembre de 2009

Ariel Torres en lanación.com

lanacion.com Ariel Torres La compu Claves para navegar en una tormenta

La civilización está experimentando un cambio de paradigma. Tenemos más capacidad de procesar información y de intercomunicarnos.
Las computadoras e Internet están transformando todo lo que existe, todo lo que siempre fue así.
Cada pequeño, mínimo acto de la cotidianeidad está alterándose.
Los cambios de paradigma traen grandes beneficios. La sensación es de que todo se acelera y de que reina el caos.
Pero no es así. Es posible formular una lista de las actitudes correctas para sobrevivir y aprovechar las transformaciones que acontecerán. Ahí va

No tape el sol con las manos.
Es imposible que algo no se transforme en los próximos 25 años. Nada va a volver a ser igual. Nacerán fenómenos completamente nuevos. Por lo tanto…

…espere lo inesperado
Prepárese mentalmente para actuar en forma correcta frente a situaciones inesperadas. No intente interpretarlas como si fueran una variante de algo conocido. Son hechos realmente inéditos.
Evite las analogías. Son fenómenos completamente nuevos. Si los traduce al lenguaje conocido, si intenta extrapolar, fracasará.

Viaje ligero
Conserve bienes raíces. Pocas cosas conservarán su valor en el futuro cercano. Simple, ágil y ligero es mejor en estos tiempos.

Hágase una pregunta incómoda por día
Pregúntese si el público seguirá interesado en el futuro en lo que usted produce. Hágase esta pregunta cada día. Si la respuesta es no, dedíquese a otra cosa.

Apueste a sus dones
Lo único seguro hoy es producir algo que a mucha gente le interese. Esto es el resultado de un don. Piense en su propia vocación. Desconfíe de las rutas seguras. Es hora de seguir el propio camino. Es decir…

...evite las recetas
Es menester entender las nuevas reglas de juego (que pueden ser efímeras).

Piense audazmente
Lo imposible puede hacerse posible y lo posible ya es obsoleto. Lleve su creatividad más allá de los prejuicios de la era anterior.

Invierta en neuronas
Su mejor apuesta será siempre a la inteligencia. Los inteligentes no siguen recetas, persiguen ideales. Se adaptan. Son apasionados y francos. Predicen y aciertan.

No tema equivocarse
Se puede estar seguro de pocas cosas en la vida. Una es que se va a equivocar. No tenga miedo de eso. Si mete la pata revea el error y aprenda la lección. El error es de inmensa utilidad. De otro modo la evolución lo hubiera eliminado.
No se aferre
Tire esa hoja a la basura y empiece de nuevo. No se aferre a una idea.

Manténgase informado
No pierda su conciencia del entorno.

Desconfíe de su propio instinto
El olfato, el instinto y la intuición pueden causar gravísimas distorsiones cuando se producen cambios globales.

Oiga a la gente común.
Aprenda a medir sus recursos por su potencial. Inventamos una herramienta y luego la gente común le encuentra una utilidad. Oiga a la gente, esa será su brújula fundamental.

No sea nostálgico
Si va a defender alguna actividad amenazada por las nuevas tecnologías asegúrese de tener argumentos racionales. La nostalgia no cuenta.

No sea principista
No hablo de ética ni de responsabilidad. Hablo de procedimientos e ideas. Si ve a alguien irguiendo el índice y levantando la voz, aléjese. Es la clase de persona que insiste en que el Titanic es inundible.

Llegue primero, retírese antes
Si percibe una oportunidad, explórela antes que sus competidores. Cuando note signos de obsolescencia, busque nuevos horizontes. Un buen timing es fundamental pero la actitud vital es experimentar, experimentar, experimentar.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Andrea Gimena Seira en "Estación Miserere"

Yaciente en el piso
De aquella estación
Cansado de ver
Tan poca compasión


Triste, angustiado
Reseco de dolor
Vacío de ganas


Ver mirar pasar los pies
De la gente apurada
Con ojos de indiferencia

Con vida en la nada….

Sus brazos estirados
Poca fuerza de vida
Quizás esperas a alguien
Quizás aun crees en la gente


En tu imaginación alguien viene
Te mira a los ojos y abraza
te habla dulcemente

y te lleva a su casa…..

…” en estación Miserere, un perro agotado por la falta de amor, esperando a ese ser que lo ame y lo “vea”… me destrozo el corazón…
imagine llevarlo.. decirle: ey! Que te pasa estas triste? Nooo eh!! Vamos!......)

martes, 15 de diciembre de 2009

Mario Vargas Llosa en Lituma en los Andes

Mario Vargas Llosa Lituma en los Andes Editorial Planeta 1993 Chile
ISBN (Argentina) 950-742.417-2


Un arrebato de tristeza le destempló los dientes.
Era pequeñita y sin edad, de huesos frágiles, como de pájaro. En su cara y en sus ojitos arrugados había algo irrompible.
-Me sentía tranquilo, aliviado. Como cuando uno despierta y se da cuenta de que la pesadilla era sólo pesadilla.


Tenía una voz algo arrastrada, como si, al hablar, de lo profundo de su cuerpo treparan hasta su lengua piedrecitas.
La mujer resopló de nuevo, con un ruidito pedregoso.
Levantando despacio la mano señaló las cumbres que se sucedían, filudas o romas, con sus capuchones de nieve, plomizas, verdosas, macizas y solitarias, bajo la bóveda azul.
-Yo me creo cualquier cosa, mi cabo. A mí la vida me ha vuelto el hombre más crédulo del mundo.
A Pedrito Tinoco le habían dicho alunado, opa, ido, bobo, y, como siempre andaba con la boca abierta, comemoscas. No se enojaba con esos apodos porque él nunca se enojaba con nada ni
con nadie. Y los abanquinos tampoco se enojaban nunca con él pues a todos terminaba por ganárselos su apacible sonrisa, su espíritu servicial y su llaneza. Iba descalzo, con unos pantalones bolsudos y grasosos sujetos con una cuerda, un poncho deshilachado, y no se quitaba de la cabeza un chullo puntiagudo por cuyos contornos se escapaban unos mechones lacios jamás hollados por tijera o peine.
Su espíritu servicial y la frugalidad de su vida le ganaron la aceptación de la gente. Su silencio, su eterna sonrisa, su permanente disposición a hacer lo que le pedían, su aire de estar ya en el mundo de los desencarnados, le daban aureola de santo.
La noche refrescaba con la altura. El cielo hervía de estrellas.


Lituma no lo había visto nunca llegar a ese estado de maceración alcohólica que alcanzaban tantos peones la noche de sábado.
Se detuvo para sacar un cigarrillo. Ofreció otro a su adjunto. Para encenderlos tuvieron que hacer un hueco con sus cuerpos y quepis porque el ventarrón apagaba los fósforos. Corría y ululaba por doquier, como lobos con hambre.
-Los hombres lloran también, cuando hace falta –continuó Lituma-. Así que no te avergüences.
Las lágrimas no vuelven marica a nadie.
-Hasta ahora no puedo imaginármela –dijo Lituma-. No acabo de verla. No me ayuda nada que me digas “Es riquísima”, “Es bestial”. Dame detalles de cómo es, por lo menos.
-Te enamoraste de mí –afirmó Mercedes, entre enojada y compadecida-. Ya voy entendiendo. Los hombres, cuando se enamoran, hacen cualquier locura. Las mujeres somos más frías.

Había un tiempo elástico en el que no ocurría nada.
-La prueba de que lo consideran es que usted y su adjunto están vivos –afirmó Dionisio, con naturalidad, como su dijera el agua es líquida y la noche oscura.
El día avanzaba de prisa y un calorcito estimulante reemplazó el fresco del amanecer. El color de los cerros parecía acentuarse y con los rayos de sol y la nieve algunas cumbres destellaban.


-Y ahora sólo nos faltaba esto –dijo el chofer-. El diluvio universal.
Había empezado a llover con verdadera furia. El cielo se oscureció rápidamente y se llenó de truenos que retumbaban en los montes. Una cortina de gruesas gotas caía contra los cristales y el limpiaparabrisas no alcanzaba a darles visibilidad para evitar baches y aniegos. Avanzaban lentísimo y el vehículo parecía un caballo chúcaro.
Había dejado de llover. Pero el cielo seguía encapotado y se oía, a lo lejos, como desacompasados redobles de tambor, los truenos de la tormenta.
Oyó su voz repetida por el eco, rebotando entre las altas paredes de las montañas que la neblina había vuelto invisibles. Se sentó en un pedrusco y, haciéndose un nidito con las manos para que no se le apagara el fuego, encendió un cigarrillo.
Mejor ir despacio y no romperse una pierna en estas soledades donde no había ni un pájaro para hacerlo sentir a uno menos huérfano.
Se rió de su torpeza, pero en verdad tenía ganas de llorar a gritos. Por los desgarrones en sus manos, pero, sobre todo, porque el mundo, la vida, se le estaban volviendo inaguantables.
Había despejado algo y, a lo lejos y hacia abajo, a través de la grisura del día, Lituma divisó las luces del campamento.
Era de noche y, por los dolores al intentar moverse, tenía la impresión de que le había pasado por encima un auto, triturándole todo lo que tenía debajo de la piel. Pero estaba vivo. Olvidó su cuerpo, hechizado por el espectáculo: miles, millones de estrellas, de todos los tamaños, titilando alrededor de esa circunferencia amarilla que parecía estar luciéndose sólo para él. Nunca había visto una luna tan grande, ni siquiera en Paita. Nunca había visto una noche tan estrellada, tan quieta, tan dulce.
Increíble este silencio, después de ese ruido espantoso. Un silencio visible, que se oía y podía tocar. Fue desentumeciéndose y consiguió sentarse. Se palpó de arriba abajo. No tenía ningún hueso roto, al parecer. Le dolía todo, pero nada en especial. Se había
salvado, eso era lo fantástico. ¿No era un milagro? Ahí estaba, averiado paro vivo.
Se estaba callado, metido en su dentro, y apenas dirigía la palabra a nadie. A unos y a otros les clavaba esa mirada taladradora que a los hombres los hacía desconfiar y a las muchachas asustarnos.

Fumaban sin tregua y cuchicheaban como avispas. La incertidumbre les deformaba las caras y Lituma podía ver en sus ojos el miedo animal que los recomía por dentro.
Un morenito con los pelos como las púas del puercoespín. Las caras se escudaron en esa impenetrabilidad sideral que al cabo lo hacía sentirse un marciano.
Ni niego ni asiento y si me quedo mirando los cerros absorta y con los labios fruncidos, no es porque las preguntas me incomoden. Sino porque ha pasado mucho tiempo. Ya no estoy segura de si fuimos felices o infelices. Felices, más bien, los primeros tiempos, mientras creía que el aburrimiento y la rutina eran la felicidad.
Yo ni me fijaba en nada, yo tenía los huevos en las amígdalas.

Con el ceño fruncido y enjetada, tenía la mirada medio perdida en las cumbres escarpadas que cercaban al poblado.
-Trato de no perder el humor –reconoció Dionisio-. Pese a que, con las cosas que pasan, es difícil no vivir amargado, como todo el mundo.
Lituma sacó un cigarrillo y se lo puso en la boca. El cantinero se lo encendió, con un viejo encendedor de larga mecha cuya llamarada le caldeó al cabo la boca y la nariz. Aspiró una gran bocanada y la expulsó con fuerza, viendo elevarse las volutas de humo en el aire limpio y dorado del ardiente medio día.
A los dos nos atrajo siempre el peligro. ¿No representa la verdadera vida, la que vale la
pena? En cambio, la seguridad es el aburrimiento, es la imbecilidad, es la muerte.
Antes de que la decadencia le ganara la pelea a las ganas de vivir. Aquí hubo mucha vida porque hubo también mucha muerte. Se sufría y se gozaba en abundancia, como debe ser.
Esos llantos que te vienen dormido, por ejemplo. Ahora los entiendo. Y, también, que seas monotemático y no me hables de otra cosa. Lo que se me hace difícil de entender es que, después de una perrada así, después de que Mercedes se largara pese a todo lo que hiciste por ella, todavía la quieras. Tendrías que odiarla con toda tu alma, más bien.
-Un parche tapa otro parche –lo animó Lituma-. En vez de llorar tanto a la piurana, debiste conseguirte otra hembrita sobre el pucho. Así te olvidabas de la ingrata.
-Puta madre –comentó Lituma.
Le contaré otra vez mi amor, desde el principio.
-Puta madre –bostezó Lituma, haciendo chirriar su catre-. ¿Otra vez desde el principio?

La silueta apareció súbitamente entre los eucaliptos de la ladera del frente. La vio de perfil, la vio de frente, anteponiéndose a la bola roja que comenzaba a hundirse en las montañas: el moribundo sol la disolvía, se la tragaba. Pero, a pesar de la resolana que lo hacía lagrimear y la distancia, supo ahí mismo que era una mujer.
Era una mujer sola, no llevaba arma alguna y, además, parecía confusa, sin saber qué dirección tomar. Miraba a derecha y a izquierda, buscando, iba de un lado a otro entre los eucaliptos, dudando, decidiendo un rumbo y rectificando. Hasta que vio a Lituma.
Ahora lo estaba saludando con las dos manos en alto, como si se conocieran y fueran amiguísimos, y tuvieran una cita. ¿Quién era? ¿De donde venía? ¿Adónde iba? ¿Qué podía estar haciendo, en lo alto de ese cerro, en medio de la puna, una mujer que no era india? Porque eso también lo adivinó Lituma al instante: no era india, no llevaba trenzas, ni pollera, ni sombrero, ni manta, sino pantalones, una chompa y encima algo que podía ser una casaca o un sacón y lo que tenía en la mano derecha no era un atadito sino una cartera o maletín. Le seguía haciendo adiós casi con furia, como escandalizada por su falta de reacción. Entonces el cabo alzó la mano y la saludó.
La media hora o tres cuartos de hora que la mujer tardó en bajar la ladera de los eucaliptos y trepar la del puesto, Lituma estuvo con sus cinco sentidos concentrados en la operación, dirigiéndola. Le señalaba con enérgicos movimientos del brazo cuál era la senda que debía seguir, dónde estaba la huella mejor afirmada, la menos resbaladiza, por dónde tenía menos riesgo de rodar y despeñarse, temeroso de que la recién venida fuera a parar en uno de esos resbalones, tropezones y caídas que convertían cada paso que daba en una prueba de equilibrio, en el fondo de la quebrada. Ésta sí que no había andado nunca en los cerros.
Cuando empezó a subir la pendiente de la choza y ya pudo oírlo, el cabo le fue dando instrucciones a voz en cuello: “Por allí, por entre esas piedras panzudas”, “Agárrese nomás, las hierbas resisten, “No se meta por ahí que es puro lodo”. Cuando estuvo a cincuenta metros del puesto, el cabo salió a su encuentro. La ayudó, sosteniéndola del brazo y cogiéndole su maletín de cuero.
Sus ojos observaban las piedras y la ladera alborotada por manchones de hierba. -Se ve bonito desde aquí.
-De lejos es mejor que de cerca –la desanimó el cabo-.
Pudo examinar a sus anchas a la recién venida. Pese a estar tan salpicada de barro y con los cabellos tan alborotados, era una ricura. ¿Hacía cuánto que no veía una hembrita así? Ese color de sus mejillas, de su cuello, de sus manos, le traía una cascada de imágenes de su juventud, allá en su tierra. Y qué ojos, mamacita. Medio verdosos, medio grises, medio no sé qué. Y esa boca con los labios tan marcados. La miró de reojo. Seguía muy seria, explorando la ladera, de un extremo a otro, con sus ojos verdigrises. “Las cosas maravillosas que habrá visto Tomasito dentro de esos ojos, mirándolos de cerquita”, pensó.
-Ya la otra noche lo vi tomadito, pero era por el susto del huayco. Ahora viene a emborracharse con toda la mala intención. Nunca es tarde para comenzar la vida.
Lituma murmuró “Salud”, se llevó la copa a los labios y se la bebió de un trago. La lengua de fuego que le lamió las entrañas le produjo un estremecimiento.
-A usted siempre se lo ha visto aquí con la cara hecha una noche –afirmó la señora Adriana-. Y yéndose a la carrera al poquito de llegar, como alma que lleva el diablo.
-Tranquilito y las manos quietas o no bailo –dijo por fin la señora Adriana, sin enojarse, apartándolo a medias. Una cosa es bailar y otra lo que tu quieres, so conchudo.
Me arrepiento de haberme entercado tanto en saber lo que les pasó a ésos. Mejor me quedaba sospechando. Ahora, me voy y te dejo dormir. Aunque tenga que pasar la noche a la intemperie, para no molestar a Tomasito. No quiero dormir a tu lado, ni cerca de esos que roncan. No quiero despertarme mañana y verte la cara y que hablemos normalmente. Me voy a respirar un poco de aire, puta madre.
Recibió un golpe de viento helado y, pese a su aturdimiento, advirtió que la espléndida media luna y las estrellas iluminaban siempre con nitidez, desde un cielo sin nubes, las astilladas cumbres de los Andes.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Arthur C. Clarke en "2010: ODISEA DOS"

2010: ODISEA DOS Arthur C. Clarke
Apenas jugábamos con alocadas conjeturas que me avergonzaría contarte. Aun así, sospecho que ninguna será ni la mitad de disparatada que la realidad.
Halló el contento, que es tan importante como la felicidad, y más duradero.
A pesar de la diferencia de veinte años que existía entre ellos, comprendía sus estados de ánimo y sabía rescatarlo de sus esporádicas depresiones. Gracias a ella, podía ahora evocar la memoria de Marion sin pesadumbre, aunque no sin una cierta melancolía, que lo acompañaría por el resto de su vida.
Con la voz más natural a que pudo apelar, Floyd respondió: -No me puedo quejar, Víctor. ¿Cuál es el problema?
Podría no ser su problema, pero seguía siendo su responsabilidad.
Tal vez sería mejor que cerrara aquel capítulo de su vida, y localizara todo su pensamiento y energía en su nueva carrera. Pero sabía que era imposible.
El diagnóstico es sólo el primer paso. El proceso es incompleto a menos que lleve a la curación.
En el análisis final, la elección había sido hecha con el corazón, no con el cerebro.
Todos los proyectos humanos están sujetos a la insensible revisión de la Naturaleza, del Destino, o como se quiera llamar al poder del Universo.
Comenzó una vez más a hojear las quinientas páginas de datos, dejando su mente en blanco, lo más receptiva posible.
Cualquier cosa que alguna vez hubiera sucedido en la Tierra podría repetirse millones de veces en cualquier otro lugar del Universo, esto era casi un artículo de fe entre los científicos.
No sé si será asunto mío, pero hay una cuestión personal que querría aclarar contigo. -Cuando alguien dice que algo no es asunto suyo, casi siempre tiene razón.
Siempre habría un lazo secreto entre ellos, no de amor, sino de ternura, que es mucho más duradera.
Es demasiado pequeño para comprender, y los niños son increíblemente... ¿elásticos? No, aguarda, tendré que repasar el diccionario, ¡ah! adaptables.
Nos ha quedado lo que uno de sus comentaristas llamó el síndrome de "mirar por sobre el hombro".
Nuestras psicologías son demasiado diferentes. El cree que soy un payaso bocón. -Y a menudo lo eres. Pero sólo para ocultar tus auténticos sentimientos. Algunos de nosotros hemos desarrollado la teoría de que en lo profundo de ti hay una persona realmente agradable, pugnando por salir...
Habían dado el primer paso hacia una auténtica amistad. Habían intercambiado debilidades.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Aldous Huxley en "Mi tío Spencer"

ALDOUS HUXLEY Mi tío Spencer 1973, PLAZA & JANES, S.A., Editores Barcelona ISBN: 84-01-44098-X

Alegre como la felicidad, y, como la felicidad, remota, precaria y mudable.
Nos encontramos con hombres de inteligencia indudable que mantienen ciertas opiniones acerca de asuntos determinados, las cuales les fueron inculcadas durante su niñez por niñeras o mozos de cuadra.
Seres queridos y admirados, cuyas palabras se imprimen irresistiblemente sobre nuestras mentes, logran generar en nosotros creencias que la razón no osa examinar.
La enfermedad crea su propio antibiótico.
Las pequeñas libertades a que estamos habituados, el derecho de hacer lo que siempre hemos hecho en asuntos baladíes, suelen ser más apreciadas que otras libertades más importantes, más abstractas y menos inmediatas.
Mi ateísmo aún era compatible con el alegre optimismo de mi tío Spencer acerca del Universo.
Surgieron en el océano sin límites de su ignorancia unas islillas de muy extraña sabiduría, diminutos puntitos en la vasta extención.
Fuera necio el culpar a un niño por no tener iguales normas de criterio que un varón sesudo.
Todos sentimos curiosidad excesiva acerca de los asuntos del vecino. Sobre todo, si se trata de asuntos amorosos.
Los deberes de los miembros de una misma familia para con los demás estaban por encima de cualesquiera desavenencias personales que pudieran sobrevenir.
Enojado por su poca cortesía al no insistir a pesar de mi negativa.
De haber yo sabido que iba a morir, me hubiese mostrado más cordial con ella y habría procurado que me fuera más simpática.
La guerra siempre es popular en sus comienzos.
Una emoción, siempre que no sea tan fuerte que nos impida darnos cuenta de todo lo demás, nos estimula a sentir otras cosas. Así, el peligro, cuando no es tan agudo que cause pánico, tiende a unirnos a aquellos con quienes compartimos el riesgo pues los sentimientos compasivos, de simpatía y hasta amorosos, resultan estimulados y avivados por la aprensión.
Tenía una cabeza organizada militarmente, incapaz de aceptar el revoltijo caótico que es la vida. "Dijo Voltaire que morimos dos veces: una, cuando muere el cuerpo entero, y otra, anterior a esta, cuando se extingue nuestra capacidad de amar". De una misma manera, son dos las veces que nacemos, y es la segunda cuando nos enamoramos por vez primera.
Lo malo era que con aquello no acababa la cosa: era menester empezar de nuevo. Una siempre tenía que empezar de nuevo.
Aunque de muy variante belleza, el despejado paisaje siempre conservaba cierto matiz de cosa humana y domesticada, que era lo que hacía que fuera el paisaje más agradable que pudiera hallarse para vivir en su compañía.
No quería nada de nosotros, nada cotizable, sino tan sólo un consejo, mercancía que él sabía que la gente regala con grandísimo placer y contentamiento.
Son muchos los niños que hacen cosas extraordinarias. Todos somos genios hasta que cumplimos los diez años.
Pensé en las inmensas diferencias que distinguen a los seres humanos. Clasificamos a los hombres de acuerdo con el color de los ojos, o de su pelo, y según la conformación de sus cráneos, pero ¿no sería más sensato dividirlos en especies intelectuales? Entonces los tipos mentales extremos quedarían separados por abismos aún mayores que los que se abren entre un pigmeo y un escandinavo.
Tal vez los únicos seres humanos dignos verdaderamente de ese nombre son los genios. Según eso, la raza humana desde sus más remotos principios, solamente ha producido unos cuantos miles de hombres. El resto, ¿qué somos? Animales susceptibles a la enseñanza. Sin la ayuda de los hombres auténticos no hubiésemos descubierto nada o muy poco. La inmensa mayoría de las ideas que ahora nos son conocidas de sobra, nunca hubieran nacido en mentes como las nuestras. Si plantamos en ellas la semilla, fructificará, pero nosotros somos incapaces de generar la semilla.
Es más fácil sentir ira que tristeza y es menos doloroso.. El pensar en la venganza es un consuelo.