lunes, 15 de noviembre de 2010

en la recopilación de Los 120 mejores cuentos

Recopilación de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez
Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de oriente

Introducción
Estas historias tienen una virtud particular: ilustran una situación.
Muchas de estas historias se refieren al daño que produce el peso de las creencias en el ser humano.
Los cuentos de este tipo tienen el poder de provocar en la conciencia un impacto.
Es común en estos cuentos la aparición de los personajes del maestro y el discípulo.
Estos cuentos presentan varios niveles de lectura que se adecuan al estado interior del lector.
El peso de las creencias:
Voy a ver si esa persona necesita ayuda.
Yo solté a la mujer al cruzar el río, pero tú todavía la cargas contigo.
Otro punto de vista:
Un paseante vio a un pastor que subido a una escalera daba de comer las tiernas ramas de un árbol a una cabra y le dijo: ¡Vas a tardar muchísimo tiempo! ¿Y qué apuro tiene la cabra?
Cielo e infierno cercanos:
Un samurai dijo a un viejo sabio: Necesito saber si existen el infierno y el paraíso. El maestro se burló de él. Furioso el samurai desenvainó su sable. ¡Ahora se abren las puertas del infierno! Gritó el anciano. El guerrero guardó su sable avergonzado. ¡Ahora se abren las puertas del paraíso! Exclamó el maestro.
La prisión del odio:
Dos hombres habían compartido injusta prisión. Se encontraron años después ya libres. Uno le preguntó al otro: ¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros? No, gracias a Dios ya olvidé todo. ¿Y tú? Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas. Si eso es así significa que aun te tienen preso.
Buscando donde no hay nada:
Una noche un hombre encontró a un vecino que había perdido la llave de su casa buscándola debajo de una farola. Yo te ayudaré. Al rato le pregunta: ¿Estás seguro de haber perdido la llave aquí? No, pero aquí hay más luz.
El verdadero culpable:
Un hombre denuncia que le robaron su burro. Los policías comienzan a hacerle observaciones. Señores, algo de culpa también ha de tener el ladrón, ¿no creen?
Conciencia de la propia ignorancia:
Una mujer que había perdido a su hijo le preguntó al abad del templo: ¿Adonde ha ido mi hijo? El viejo abad se dio cuenta de que no podía responder. Entonces dejó el templo y marchó en busca del verdadero conocimiento.
No vieron lo que esperaban ver:
Un día el gobernador decide ir a ver a un severo asceta. Enterado el asceta pide a un discípulo que le traiga vino, queso y tocino. El gobernador con su séquito lo ven comiendo y bebiendo; se retiraron desilusionados. El discípulo le pregunta el motivo de su actitud. Yo no tengo ni ganas ni tiempo que perder con los que en vez de querer saber, suponen.
El desatento tampoco ve:
Un hombre caminaba por la noche. Al doblar la esquina tropieza con un ciego que llevaba un farol. ¿Para qué demonios vas con un farol si eres incapaz de ver nada? ¡Para que puedan verme y no tropiecen conmigo los tontos como tu!
¿Dónde está el sabor?:
Un maestro ofreció un trozo de melón a su discípulo. ¿Quién tiene buen sabor, el melón o la lengua? El discípulo inició su explicación. El maestro lo interrumpió: Idiota, no te compliques más. El melón está bueno. La sensación es buena. Eso basta.
Avaro hasta el dolor:
Un caminante sintió hambre. Vio a un hombre sentado junto a una canasta de frutos. Sacó muchas monedas y le compró toda la canasta. Se cruzó con otro caminante que lo vio comiendo los frutos, rojo, sudando y llorando. ¿Qué haces? Esos frutos no son comestibles por ser muy picantes. No estoy comiendo frutos picantes. Me estoy comiendo mi dinero.
Dejando al ego de lado:
Un hombre era muy dependiente de las opiniones de los demás. Visitó a un sabio. Vete al cementerio. Halaga a los muertos y vuelve. ¿Qué te contestaron? Nada, si están muertos. Vuelve y los insultas. ¿Qué te contestaron? Nada, si están muertos. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos,¿Cómo podrían afectarte?
Pedir lo que no se puede asumir:
Un hombre fue a visitar a un amigo que tenía un loro en una jaula. El loro gritaba ¡Libertad! ¡Libertad!
Para ayudar al loro entró a escondidas a esa casa. Cuando abrió la jaula el loro apretado contra el fondo de su prisión gritaba: ¡Libertad! ¡Libertad!
Algunos siempre encuentran motivos para quejarse:
Una caravana llega a un oasis. Se oyó una voz que decía: ¡Qué sed tengo! ¡Qué sed tengo! Dadle agua ordenó el jefe. ¡Qué sed tenía! ¡Pero qué sed tenía!
La enseñanza de la acción impecable:
Unos hombres estaban de visita en casa de un maestro. Uno le dijo a otro: ¿Has venido como yo a oír sus enseñanzas? No. Para mí es suficiente ver cómo se ata las sandalias.

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