martes, 21 de septiembre de 2010

Stephen King en La Chica que amaba a Tom Gordon

Stephen King La Chica que amaba a Tom Gordon

Trisha nunca se había sentido menos bendecida en toda su vida.
Los truenos empezaron a alejarse hacia el este, como un bravucón vencido pero todavía fanfarrón.
Tenían un dicho para todo: tieso como un palo, contento como unas pascuas, vivaracho como una ardilla, sordo como una tapia, oscuro como boca de lobo, muerto como…
Por otra parte (“Siempre está la otra parte”, le había dicho en una ocasión su padre).
Descubrió lo que miles, tal vez millones de hombres y mujeres habían descubierto antes que ella: cuando la cosa se pone fea, es demasiado tarde para volver atrás.
Hay un momento en que la gente abandonada a sus propios medios deja de vivir y se limita a sobrevivir.
Si es necesario te acostumbras a cualquier cosa.
Lo bueno siempre tarda en suceder.
¡No se porqué hemos de pagar por nuestras equivocaciones! Probablemente porque sí.
La idea es lo que cuenta.
Sobre su cabeza brillaban miles de estrellas. Miles, ni una más ni una menos.
Cuando quiera tu opinión, golpearé los barrotes de tu jaula.
El avión había descendido hacia el aeropuerto a través de capas de nubes y evolucionaba con tanta cautela como una vieja gorda que paseara por una acera donde se hubiera formado escarcha.
Algunos días te comes el oso, y otros días el oso te come a ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario