viernes, 10 de diciembre de 2010

Harlan Coben en El inocente

Harlan Coben El inocente

Obliga a pensar en las repercusiones que determinadas decisiones tienen sobre las vidas de sus protagonistas.
En esta vida no se encuentran tantas personas con las que puedas contar de verdad.
Tenía un don natural para el entusiasmo.
Tenía una de esas sonrisas “que hacen girar el mundo”.
Era feliz, y eso le daba un miedo terrible. Lo bueno es frágil.
Siempre tuviste buen corazón. Nunca fuiste cruel con los demás. A menudo te metías en líos para proteger a alguien más débil.
Nunca aspiró a la gloria. No tenía ego.
Lo que se hace con las cosas malas del mundo, sacarlas a la luz de Dios.
La mente cambia para sobrevivir. Todo puede convertirse en normal.
Era lo bastante listo para saber que no era demasiado listo.
La naturaleza se imponía a la educación.
Convenciendo a los niños con las dotes de negociador que había adquirido.
Quiere algo que yo no tengo interés en ofrecerle. O sea que lo busca en otra parte.
Bonita vista –dijo. – ¿Tú crees?… No. Es lo que yo considero dar conversación.
Soy una rareza divertida.
Le lanzó una mirada más pesada que la eternidad.
No hago favores. Esto es mi trabajo. Te lo voy a facturar. ¿Recuerdas?
Ya sabemos lo que se dice: cuidado con lo que deseas.
Empezó a sentirse mejor. O por decir lo mismo de otro modo: empezó a sentir menos.
Más tarde tal vez, chicos.
Hacia los cinco años, gran parte de nuestro futuro está predeterminado.
¿Qué sentido tiene ser de la policía si no puedes conducir deprisa y llevar un arma?
Su lema era: “Vive un poco. Eso puede esperar”.
“Por Dios –pensó-, qué lamentable soy”.
Había pasado mucho tiempo desde que había mirado con atención al hombre con quien se había casado.
Se frotó el bigote como si fuera una mascota.
Seguir discutiendo sólo serviría para retrasar lo inevitable.
Ahora estaba llorando por cuatro años de angustia.
Decía que nuestra vida podía ser una basura pero que no hacía falta vivir en un basurero.
No era tanto que hicieras algo horrible, sino que lo horrible era la costumbre.
Al final, si se trataba de elegir entre nosotros o ellos, siempre somos nosotros.
No se obsesionaba por tonterías. Vivía el momento.
Ignoraba lo superfluo y veía lo esencial.
No veía las cosas malas en ella. Ergo no existían.
Su preciosa mujer, la que hacía que los afortunados que la conocían se sintieran mejor.
Tenía detalles. Cojines bonitos. Algunas figurillas. En resumidas cuentas, era un hogar.

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