sábado, 16 de julio de 2011

Jean Paul Sartre en La Náusea

Jean Paul Sartre La Náusea

No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento.

Salgo. ¿Por qué? Bueno, porque tampoco tengo razones para no hacerlo.

Vacila por segunda vez, con terquedad de carnero.

Se sienten felices de estar juntos, felices de que los vean juntos.

La vejez es cuerda, la juventud bella.

¿por qué escribe usted, señor?

¿No se escribe siempre para ser leído?

Mal que le pese, señor, escribe para alguien.

Está tan sólo como yo. Sólo que no se da cuenta de su soledad.

Todas esas mujeres cansadas que se abandonan a la risa y dicen: Es bueno reír.

Todavía tengo miedo, miedo de que me atrape por la nuca y me levante como una ola.

Tengo un miedo horrible de volver a mi soledad.

Estoy solo, solo y libre. Pero esta libertad se parece un poco a la muerte.

Pero ¿qué podía hacer durante todo el día? Y de este sol, de esta tarde, no quedará nada, ni siquiera un recuerdo.

Sentirán suaves roces en todo el cuerpo, como las caricias que los juncos hacen a los nadadores en la ribera.

No soy más que si nunca la hubiera conocido; de golpe se ha vaciado de mí.

Cuando digo “yo” me suena a hueco. Ya no consigo muy bien sentirme, tan olvidado estoy.

Afuera había calles parlantes, con colores y olores conocidos.

A uno le gusta saber qué es de la gente.

Vacila un poco, y se da cuenta de que no tiene nada más que decirme.

Tímida como una aurora.

Nadie podría pensar en mí como yo pienso en ellos, con esta dulzura.

Siento que algo me roza tímidamente y no me atrevo a moverme por temor de que se vaya. Algo que ya no conocía, una especie de alegría.

La negra canta. ¿Entonces es posible justificar la propia existencia? ¿Un poquitito?


2 comentarios: