viernes, 23 de septiembre de 2011

Borges-Bioy Casares en Seis problemas para...

Jorge L. Borges y Adolfo Bioy Casares en Seis problemas para don Isidro Parodi.

De familia pudiente, calavera con dejos de noctámbulo, reconocible por el brillante cráneo engominado y los inevitables petizos de polo.

Curiosos voyayeurs autour de la chambre.

Suena la hora del adiós. Hasta aquí hemos marchado de la mano; ahora estás solo, frente al libro.

Saben una porción de cosas.

El mundo conocerá la amenaza del aire, del agua y del fuego.

Los cuantiosos lectores.

Cebaba, lento y eficaz, un mate en un jarrito celeste.

Ese angosto universo que es un tren en marcha.

Una mujer ya hecha, sin la fatal insipidez de las colegialas.

En todas partes he estrujado el jugoso racimo de la vida.

Era un estudioso, un discreto, que no malgastaba la oportunidad de callar ante los maestros.

Me infligió todas las circunstancias de su autobiografía insignificante.

Los novillos parecían haber vestido ropas nuevas.

El día ebrio de colores y de luz.

Bostecé una excusa y me retiré.

Abrí las fauces de mi chalet a un grupo interesante.

Una bandeja de madera provista de facturas surtidas y de Naranja-Bilz.

Durante el colapso erigí un poema acrobático.

La congestión del tráfico es adversa a la serenidad del espíritu.

Vio el asunto color de hormiga.

Le gustaba afilar hasta con los mucamos de adentro.

Hágase el que no está mamado.

El destino, que es prolijo, no da puntada sin nudo.

Dios habla por la boca de los sonsos.

Había engordado como novillo con las comisiones.

Era moreno, buen mozo y ligeramente desagradable.

Echó mano a la red ferroviaria y se vino al Once.

Es un animal con ropa, carente de roce, un compadrón, mejorando lo presente.

Se quedó con su cara pan que no se vende.

Un tipo como yo que tuvo una historia con una señorita que ya es manicura.

Le pusieron el sobretodo de madera y se radicó en la Quinta del Ñato.

Hacía tanto calor que la gente ya se reía.

Una de las señoritas se rió con el chiste y acto continuo le sonsaqué una cita para un terreno de la calle Humahuaca.

La devoré a mis anchas con la visual.

Se levantó como si le hubieran impugnado la carbonada.

Este joven que nos acaba de favorecer con su ausencia.

Pensó, casi audiblemente.

Para alcanzarla, no desdeñó los riesgos de un vapor movido por el humo.

La mesa larga y vacía de la pobreza, harto de esos festines de hambre.

El buen actor no entra en escena antes que edifiquen el teatro.

Macaco viejo no sube a palo podrido.

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