jueves, 5 de enero de 2012

Julio Cortazar en Rayuela

Hasta que te cansaste de no estar cansada. De golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.Mirándome la mano que había dormido con tus senos. Apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Hasta que te cansaste de no estar cansada. De golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tumente. Me hartabas un poco con tu manía de perfección. Con tu negativa a aceptar lo aceptable. Es decir que en todo acto había la admisión de una carencia, de algo no hecho todavía y que era posible hacer. Lo único cierto era el peso en la boca del estómago, la sospecha física de que algo no andaba bien. El ejercicio de una conciencia más atenta a no dejarse engañar que a aprehender la verdad. ¡Se lo digo yo, carajo! Ese yo, ¿qué valor probatorio tenía? No se desafía a la gente en esa forma, se lo digo yo. “se lo digo yo” finamente disimulado, se sucedían los “siempre he creído”, “si de algo estoy seguro”, “es evidente que”. Feliz de ella que podía creer sin ver. Ponerse frente a frente con eso que ella llamaba modestamente “la vida”. Dejando que ocurriera lo que tenía que ocurrir. Nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Te siento temblar contra mí como una luna en el agua. Todas las peceras al sol, y como suspendidos en el aire cientos de peces rosa y negro, pájaros quietos en su aire redondo. Usted es como una reina de baraja, toda de frente pero sin volumen. ¿A qué le llama tiempos viejos, usted? A mí todo lo que me ha sucedido me ha sucedido ayer, anoche a más tardar. Aquí todo le duele, hasta las aspirinas le duelen. Le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo. Le importaban las cosas sin importancia. En realidad ya no nos aguantamos demasiado. Para la autobiografía sentimental sos de una franqueza admirable. Hasta que sepamos a qué atenernos, como dice mi hermano con su bello estilo. No te veo llorando. Para vos sería como un desperdicio. En realidad después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás. A mi edad el pasado se vuelve presente y el presente es un extraño y confuso futuro. Se acarician con una lenta gracia de gatos o de plantas. Hay que reinstalarse en el presente. Un señor enormemente bajo. Estar por lo menos solo-entre-los-demás. De golpe, en la mitad de una sonrisa la boca se te convierte en una araña peluda. Un tiempo en que nadie estaba intranquilo, los tranvías eran a caballo y las guerras ocurrían en el campo. Le gustaba viajar en tren si al final había algún amigo esperándola. Había nacido la única música universal del siglo, algo que acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las aerolíneas. Vos buscás algo que no sabés lo que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes. Era una yerba perfectamente asquerosa. “Si se me acaba la yerba estoy frito”. “Mi único diálogo verdadero es con este jarrito verde.” Hacíamos el amor como dos músicos que se juntan para tocar sonatas. -Se va haciendo lo que se puede- Marcando las horas y los minutos de las sacrosantas obligaciones castradoras. Varios fósforos perdieron la cabeza. Manoteando mentalmente algo que decir. Era inconcebiblemente feliz. El contento se iba poco a poco como si siguiera andando solo por la calle en vez de quedarse con él bajo el portal. Tirarse en la cama, quedarse dormido por un par de años. Su cara siempre ávida a la hora de la ignorancia. Sería estúpido negar una realidad, aunque no sepamos qué es. Hago cosas que me quitan un poco el mal gusto del vacío. Nosotros somos como las comedias cuando uno llega al teatro en el segundo acto. Todo es muy bonito pero no se entiende nada. -Sin palabra alguna yo siento, yo sé que estoy aquí- A eso le llamo la realidad. Aunque no sea más que eso. A mí se me escapa la relación que hay entre yo y esto que me está pasando en este momento. Pero además hay que vivir. Lo bien que estamos al lado de esta estufa que tira tan meritoriamente. No es que haya que intentar vivir, puesto que la vida nos es fatalmente dada. La vida se vive a sí misma, nos guste o no. Mucho de lo que me rodea es absurdo, pero probablemente damos ese nombre a que no comprendemos todavía. -La acción puede servir para darle un sentido a la vida- Sentía que el cansancio se le había subido a babuchas, lo tironeaba hacia abajo, le costaba respirar, moverse. Con un clavo había sujetado una lámpara en la pared, y una pantalla de papel de diario organizaba esmeradamente la luz. Qué borrachera tiene esta mujer, hasta el alma le huele a coñac. Ningún llanto es eterno, las viudas se casan de nuevo. Cómo cansa ser todo el tiempo uno mismo. Irremisiblemente. -Pero usted trabaja, se ve- lo acusó. –Oh, no. –No es una vergüenza, siempre que no se abuse. Aceptar el peor de los olores, la mugre humana. Había dicho que si no se esperaba jamás se encontraría lo inesperado. Se internaron juntos en otro litro de tinto. Dormían mucho de día, no tanto por el cansancio sino por un principio de fiaca que respetaba. Un contrasilbido lamentable, mezcla de pava hirviendo y chirrido desdentado. El silbido no era un tema sobresaliente en la literatura. Pocos autores hacían silbar a sus personajes. Había una silla donde se desbordaba una señora de negro. Es incalculablemente idiota. -¿Vos realmente sos un tipo culto o solamente la embocás? –preguntó con cierto asombro. Naturalmente a vos te revienta que cualquiera diga algo que te hubiera encantado decir antes. “Todo se encadena perfectamente si a uno se le da realmente la gana.” Se decía que al fin y al cabo las cosas no estaban tan mal como estaban. El gusto hispano argentino de querer convencer y no aceptar jamás la opinión contraria. Los problemas son como los calentadores Primus, todo está muy bien hasta que revientan. Tampoco nosotros hablamos mucho ahora. Cierto. Es la humedad. Una voz de enana resfriada. Siempre le habían caído horriblemente simpáticos. El hombre era verdaderamente el animal que se acostumbra hasta a no estar acostumbrado. De golpe cuatro enfermos al tacho, un saque de guadaña de esas que te la debo. Llegó con varias ginebras a medio asimilar. No se sorprendía de nada. Anda a los tropezones con el mundo. Tout va très bien, madame la Marquise. La melancolía de una vida demasiado corta para tantas bibliotecas. Cuando creés que has aprehendido plenamente cualquier cosa, la cosa lo mismo que un iceberg tiene un pedacito por fuera y te lo muestra, y el resto enorme está más allá de tu límite. ¿Por qué, a ciertas horas, es tan necesario decir “Amé esto?” Dar testimonio, luchar contra la nada que nos barrerá. Las razones de arriesgar el presente por el futuro. Los hijos suelen ser la coartada de las madres para no hacer nada que valga la pena en esta vida. Una lenta retirada como cuando se empieza a visitar cada vez menos a un amigo. Después de mí será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños. Confundían necesidad con rutina. Tenían razón, como lo sabe cualquier poeta, porque eso no era más que un momento en la complicada peladura de la banana. Lo ya escrito condiciona apenas lo que está escribiendo, después de centenares de páginas, ya ni se acuerda de mucho de lo que ha hecho. Con lo cual le ocurre que una enana de la página veinte tiene dos metros cinco en la página cien. Hay escenas que empiezan a las seis de la tarde y acaban a las cinco y media. Un asco. Qué lejos está mi país, che, es increíble que pueda haber tanta agua salada en este mundo de locos. En cambio hay menos aire. Treinta y dos horas, nada más. Mirá cómo se quieren. Se miran de una manera. Al tipo se le sale el vino por los ojos, che. Ternura a once grados y bastante tanino. Ancianas marquesas empobrecidas que beben un te minucioso y alargado con falsos embajadores polvorientos. La verdadera condena es eso que ya empieza: el olvido del Edén, es decir la conformidad vacuna, la alegría barata y sucia del trabajo y el sudor de la frente y las vacaciones pagas. Rompe la dura costra mental, como decía no sé quién, y empieza a ver el mundo desde un ángulo diferente. Claro que a eso es lo que le llaman estar piantado. Quitándole el cigarrillo y chupando con una especie de avidez de cine mudo. Hay una diferencia bien conocida entre el ignorante y el tonto, y cualquiera lo sabe menos el tonto, por suerte para él. Preguntaba por qué los árboles se abrigaban en verano. No tenía ninguna fe en que ocurriera lo que deseaba y sabía que sin fe no ocurriría. Sabía que sin fe no ocurre nada de lo que debería ocurrir, y con fe casi siempre tampoco. El hombre es el animal que pregunta. El día en que verdaderamente sepamos preguntar, habrá diálogo.

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