miércoles, 1 de febrero de 2012

Dan Brown en El Símbolo Perdido

La finalidad de los tatuajes nunca había sido la belleza. La finalidad era cambiar. El acto de tatuarse la propia piel era una transformativa declaración de poder, un anuncio al mundo: “Tengo el control de mi propia carne.” El espíritu humano anhela el dominio de su revestimiento carnal.

Su aspecto era más que respetable para un hombre de cuarenta y tantos años. La única diferencia era el esfuerzo que debía invertir para mantenerlo así.

La verdad es poderosa y tiene su propia gravedad; finalmente, la gente se vuelve a sentir atraída hacia ella.

En tiempos felices se usaba un lenguaje feliz.

El conocimiento es una herramienta, y como todas las herramientas, su impacto está en manos del usuario. El saber es poder, y el saber adecuado permite al hombre llevar a cabo tareas milagrosas.

La primera vez es siempre la peor.

Al meditar sobre la inevitabilidad de la muerte, obtiene una valiosa perspectiva sobre la fugaz naturaleza de la vida.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. El Reino de Dios está en tu interior.

¿Oye alguien nuestras oraciones? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Tiene alma el ser humano?

He aprendido a no cerrar nunca mi mente a una idea sólo porque parezca milagrosa.

No todo el mundo lo sabe todo.

Por encima de mi salario.

Publicar libros sería mucho más sencillo sin los autores.

Los grandes cerebros siempre son temidos por los inferiores.

La sangre es lo único que separa la luz de la oscuridad.

Están los que crean… y los que destruyen.

Si algo nos ha ensañado la historia es que las ideas peregrinas que ridiculizamos hoy un día serán verdades célebres.

El treinta y tres es un número sagrado en numerosas tradiciones místicas.

Los humanos que hablaban con fuerzas invisibles y solicitaban ayuda eran una especie en extinción en este mundo moderno.

Exhortaba al hombre a buscar a Dios no arriba, en el cielo… sino más bien dentro de sí mismo. El reino de Dios está en tu interior, dijo Jesucristo. Conócete a ti mismo, aconsejó Pitágoras. ¿Acaso no sabéis que sois dioses? aseguró Hermes Trimegisto.

Solía preguntarse a menudo si habría vida después de la muerte. ¿Existe el cielo? ¿Qué pasa cuando morimos?

El concepto de “vida después de la muerte” era una invención humana, un cuento de hadas destinado a suavizar la terrible verdad de nuestra condición mortal.

El ser humano posee o no algún tipo de conciencia capaz de persistir fuera del cuerpo.

Llamaban al alma “partícula de Dios” y creían que volvía al Ser Supremo después de la muerte.

Todas las grandes verdades son simples. Con frecuencia, los tesoros más valiosos son los más simples.

Como cualquier padre que ha perdido a su hijo, solía pensar con frecuencia en la edad que tendría su muchacho… y se preguntaba a menudo cómo habría sido y lo que habría llegado a ser.

Atenea, la diosa de las empresas heroicas.

Las valiosas palabras de aquellos sabios, Buda, Jesús, Mahoma, Zoroastro y muchos más, habían sido transmitidas a lo largo de la historia en los vehículos más antiguos y valiosos. En los libros.

La Biblia y los antiguos misterios son dos cosas completamente opuestas. Los misterios hablan del dios que tienes en tu interior, del hombre como ser divino. La Biblia, en cambio, habla del dios que está por encima de ti… y presenta al hombre como un pecador sin ningún poder. ¿Acaso no sabéis que sois dioses? La única diferencia entre Dios y nosotros es que nosotros hemos olvidado nuestra naturaleza divina. Algún día el hombre evolucionaría hasta alcanzar la completa madurez espiritual. Decimos que Dios nos creó a su imagen, pero no es nuestro cuerpo físico lo que se parece a Dios, sino nuestra mente.

Las mentes pequeñas siempre atacan lo que no entienden.

El poder de cada pensamiento humano crece exponencialmente con el número de mentes que lo comparten.

Sintió que una poderosa fuerza comenzaba a expandirse en su interior. Era una emoción que nunca en toda su vida había sentido con tanta intensidad.

Era la esperanza.


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