miércoles, 27 de marzo de 2013

Gabriel García Márquez Doce cuentos peregrinos


Comía como hacía todo: despacio y con una gran pulcritud.
No concebía la vida sin él por la inocencia de su corazón y el calibre de su arma.
Su voz grave y tibia arrastraba una tristeza oriental.
Hacía todo de un modo metódico y parsimonioso, como si no hubiera nada que no estuviera previsto para ella desde su nacimiento.
El amor es eterno mientras dura.
Nos tomamos un café bien conversado.
Lo único racional era permanecer encerrados en casa hasta que Dios hasta que Dios quisiera. Y nadie tenía entonces la menor idea de cuándo lo iba a querer.
Es que tengo miedo de tener miedo.
Parecía un obispo feliz.
Seguía sin saber ni siquiera qué hacer consigo mismo, abrumado por el peso del mundo.

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