sábado, 12 de septiembre de 2009

El cartero de Neruda

Antonio Skármeta El cartero de Neruda Prólogo de Antonio Colinas

Prólogo del autor
Permanecía hasta la madrugada empezando nuevas novelas que dejaba a mitad de camino desilusionado de mi talento y mi pereza. Fin del prólogo.

Del bullicioso vehículo descendieron dos hombres vestidos de blanco, y se acercaron al grupo con sonrisas pletóricas, escasas en las inmediaciones donde la carencia de dientes no favorecía esos derroches.
Lentamente se iba acercando a cumplir su juramento como constaba con la inauguración de un desconcertante semáforo –aunque con los tres colores reglamentarios- en el cruce de tierra por donde transitaba el camión que recogía pescados, la bicicleta Legnano de Mario Jimenez, burros, perros y aturdidas gallinas.
Lo enviaba a hacerle campaña entre pescadores eruditos en anzuelos para pescar y en evitarlos para ser cazados.
Ni sus apariciones en público, ni la pereza que alentó el hecho de no tener cliente a quien distribuirle la correspondencia, mitigaron el anhelo de abordar a Beatriz González, quien perfeccionaba día a día su belleza ignorante del efecto que estos progresos causaban en el cartero.
Cuando finalmente este hubo memorizado una cuota generosa de versos del vate y se propuso administrarlos para seducirla, se dió de bruces con una institución temible en Chile: las suegras.
Mijita, si usted confunde la poesía con la política, lueguito va a ser madre soltera.
¿Qué metáforas te dijo? Me dijo... Me dijo que mi sonrisa se extiende como una mariposa en mi rostro.
¿Y qué más?
Dijo que mi risa era una rosa, una lanza que se desgrana, un agua que estalla. Dijo que mi risa era una repentina ola de plata.
Acuérdese que yo leía a Neruda antes que usted. No sabré yo que cuando los hombres se calientan, hasta el hígado se les pone poético.
El beso es la chispa que arma el incendio. Y aquí tienes otro verso de Neruda: “Amo el amor que se reparte en besos, lecho y pan”. O sea, mijita, hablando en plata, la cosa es hasta con desayuno en la cama.
¡No sea pajarona! –reventó también la madre-. ¡Ahora tu sonrisa es una mariposa, pero mañana tus tetas van a ser dos palomas que quieren ser arrulladas, tus pezones van a ser dos jugosas frambuesas, tu lengua va a ser la tibia alfombra de los dioses, tu culo va a ser el velamen de un navío, y la cosa que ahora te humea entre las piernas va a ser el horno azabache donde se forja el erguido metal de la raza! ¡Buenas noches!
Compañero Mario Jiménez, en esta cueva yo no me meto, dijo el conejo.
Hijo, yo soy poeta nada más. No domino el eximio arte de destripar suegras.
Bien, dame el número de la hostería. –Uno- Te debe haber costado un mundo memorizarlo.
Mario Jiménez, esta conversación es más larga que tren de carga. Hasta luego.
¡La poesía no es de quién la escribe, sino de quien la usa!
Me alegra mucho la frase tan democrática, pero no llevemos la democracia al extremo de someter a votación dentro de la familia quién es el padre.
Al abrir la puerta del galpón, supo distinguir entre las confusas redes al cartero sentado sobre un banquillo de zapatero, el rostro azotado por la luz naranja de una lamparilla de petróleo.
A ver usted, que se las da de culto ¿Qué es un materialista? Alguien que cuando tiene que elegir entre una rosa y un pollo, elige siempre el pollo.
Usted se demoró más en leer la tarjeta que yo en leer la carta, simuló un bostezo la viuda.
Es que usted no lee las palabras, sino que se las traga, señora. Las palabras hay que saborearlas. Uno tiene que dejar que se deshagan en la boca.
Cuando el doctor se dirigía hacia su auto, le preguntó sudoroso e impulsivopor el estado del vate. La respuesta lo sumió primero en la perplejidad y, media hora más tarde, en el diccionario: Estacionario.
¿Cómo se siente, don Pablo?
-Moribundo. Aparte de eso, nada grave.-
¿Sabe lo que está pasando?
Hombre, con esta fiebre me siento como pescado en la sartén.
-Ya se le va a acabar, poeta.
-No mijo. No es la fiebre lo que se va a acabar. Es ella la que va a acabar conmigo.

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