lunes, 3 de mayo de 2010

Jorge Luis Borges en El Aleph

Jorge Luis Borges El Aleph Alianza Editorial Emecé Editores 1974 ISBN: 84-487-0468-1

Marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación. Absortos, casi no percibían el mundo físico.
Todas las criaturas son inmortales menos el hombre, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o a castigarlo. Más razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el conjunto.
Todos los Inmortales eran capaces de perfecta quietud, recuerdo alguno a quien jamás he visto de pie: un pájaro anidaba en su pecho.
Una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente, no lo inquieta la muerte de su contrario.
Antes de un año se hace gaucho. Aprende a jinetear, a entropillar la hacienda, a carnear, a manejar el lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a resistir el sueño, las tormentas, las heladas y el sol, a arrear con el silbido y el grito.
Arriban a una estancia perdida, que está como en cualquier lugar de la interminable llanura.
Las herejías que debemos temer son las que pueden confundirse con la ortodoxia.
El tiempo no rehace lo que perdemos.
Los actos son nuestro símbolo. Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.
Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro.
Quiso ya estar en el día siguiente.
El dinero era su verdadera pasión. Con íntimo bochorno se sabía menos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones.
Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Dijo que la guerra servía, como la mujer, para que se probaran los hombres, y que antes de entrar en batalla nadie sabía quién es. Alguien podía pensarse un cobarde y ser un valiente, y asimismo al revés.
Un acto es menos que todas las horas de un hombre.
Nada hay menos material que el dinero, ya que cualquier moneda es, en rigor, un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero es tiempo futuro.
Una moneda simboliza nuestro libre albedrío.
Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur.
Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante.
Siempre apoyado en esos dos báculos que se llaman el trabajo y la soledad.
Acepté, con más resignación que entusiasmo.
Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo.
Un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.

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