domingo, 25 de abril de 2010

Charles Bukowski en La Senda del Perdedor

Charles Bukowski La Senda del Perdedor Digitalizado para Biblioteca IRC por Spartakku Revisado por Adriana

Aunque me siguieran odiando, era una clase mejor de odio, como si no estuvieran muy seguros de por qué.
¡Qué cosa más terrible! ¡No importaba que lo hicieran en secreto! ¡Y pensar que todo el mundo lo hacía! ¡Los profesores, el director, todo el mundo! Era bastante estúpido. Entonces pensé en hacerlo con Lila Jane y no me pareció tan estúpido.
Esta cosa de joder estaba bien. Le daba a la gente cosas extra en que pensar.
Había llegado a envejecer tanto que no tenía sentido que se muriera.
Una vez incluso se levantó en clase de Inglés y leyó un ensayo titulado “El Valor de la Amistad”, y mientras lo leía no me quitaba el ojo de encima. Escribí un contra-ensayo titulado “El Valor de la Absoluta Carencia de Amistad”. La profesora no me dejó leerlo en clase y encima me suspendió.
-Jim, ¿tu padre se saltó los sesos por culpa de tu madre?
-Sí. El estaba al teléfono y contó que tenía una pistola. Dijo: “Si no vuelves conmigo, voy a suicidarme. ¿Volverás conmigo?” Y mi madre contestó: “No.” Hubo un tiro y eso fue todo.
-¿Qué es lo que hizo tu madre? –Colgó el teléfono. –De acuerdo. Te veré esta noche.
La gente sólo piensa en las injusticias cuando les suceden a ellos.
En todas las guerras ambos lados creen pelear por una Buena Causa. No se trata de saber quién tiene o no la razón, se trata de comprobar quién tiene los mejores generales y el mejor ejército!
Morir en una guerra no evitaba que surgieran otras.
Los presidentes en tiempo de guerra tenían más poder y, después, se les dedicaban más páginas.
El ambiente de toda la Universidad era blandengue. Nunca te advertían qué es lo que ibas a encontrar en la vida real. Te hacían empollar un montón de teoría y no te contaban lo dura que era la calle. La educación universitaria podía destrozar para siempre a un individuo. Los libros podían reblandecerte. Cuando los apartabas a un lado y realmente salías fuera, entonces necesitabas saber lo que jamás te enseñaron.
Ahí sentado bebiendo consideré la idea del suicidio, pero sentí un extraño cariño por mi cuerpo, por mi vida. A pesar de sus cicatrices y marcas, me pertenecían.

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