jueves, 8 de abril de 2010

E. Galeano en Las Venas Abiertas de América Latina

Eduardo Galeano Las Venas Abiertas de América Latina
La capital de los aztecas, Tenochtitlán, era por entonces cinco veces mayor que Madrid y duplicaba la población de Sevilla, la mayor de las ciudades españolas.
Más de la mitad de la población aborigen de América, Australia y las islas oceánicas murió contaminada luego del primer contacto con los blancos.
Potosí contaba con 120.000 habitantes según el censo de 1573. La misma población que Londres y más habitantes que Sevilla, Madrid, Roma o París. Hacia 1650, un nuevo censo adjudicaba a Potosí 160.000 habitantes. Era una de las ciudades más grandes y más ricas del mundo, diez veces más habitada que Boston.
Entre 1503 y 1660, llegaron al puerto de Sevilla 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata. La plata transportada a España en poco más de un siglo y medio, excedía tres veces el total de las reservas europeas. Y estas cifras, cortas, no incluyen el contrabando.
Potosí tiene ahora tres veces menos habitantes que hace cuatro siglos.
Se ha estimado en unos cinco mil millones de dólares actuales la magnitud del excedente económico evadido de México entre 1760 y 1809, apenas medio siglo, a través de las exportaciones de plata y oro.
Las madres mataban a sus hijos para salvarlos del tormento en las minas.
Los indios de las Américas sumaban no menos de setenta millones, y quizás más, cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido, en total, a sólo tres millones y medio.
En tres centurias, el cerro rico de Potosí quemó ocho millones de vidas.
En septiembre de 1957, la Corte Suprema de Justicia del Paraguay emitió una circular comunicando a todos los jueces del país que “los indios son tan seres humanos como los otros habitantes de la república.”
Los indios han padecido y padecen –síntesis del drama de toda América Latina- la maldición de su propia riqueza.
Los arrasados bosques de quebracho del norte argentino y del Paraguay.
La alfombra vegetal, la flora y la fauna fueron sacrificadas en los altares del monocultivo, a la caña de azúcar. La producción extensiva agotó rápidamente los suelos.
El alimento de las minorías se convierte en el hambre de las mayorías.
La invasión cañera hizo arder, en Cuba, con varios fuegos sucesivos, los mejores bosques vírgenes.
El pueblo que confía su subsistencia a un solo producto, se suicida.
El pueblo que compra manda, el pueblo que vende sirve; hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad; el pueblo que quiere morir vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno, dijeron Martí y el Che Guevara.
Según los datos oficiales, de cada diez ecuatorianos siete padecen desnutrición básica y el país sufre uno de los índices de mortalidad más altos del mundo.
En 1912 el presidente William H. Taft afirmaba: “No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho, como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente”.
Artigas: Las tierras se repartían de acuerdo con el principio de que “los más infelices serán los más privilegiados”. Los indios tenían, en la concepción de Artigas, “el principal derecho”.
Los gobiernos posteriores de la cuenca del Plata reducirán a sangre y fuego al gaucho, incorporándolo por la fuerza a las peonadas de las grandes estancias, pero Artigas había querido hacerlo propietario: “Los gauchos alzados comenzaban a gustar del trabajo honrado”.
Zapata: Realizar un estado social que garantice plenamente el derecho natural que todo hombre tiene sobre la extensión de tierra necesaria a su propia subsistencia y a la de su familia.
La producción agropecuaria por habitante de América Latina es hoy menor que en la víspera de la segunda guerra mundial.
El uno y medio por ciento de los propietarios agrícolas latinoamericanos posee la mitad del total de tierras cultivables.
La renta que el campo genera se gasta en las ciudades o emigra al extranjero.
Ya no es un tema maldito la reforma agraria: los políticos han aprendido que la mejor manera de no hacerla consiste en invocarla de continuo.
Bolivia gasta, en nuestros días, la quinta parte de sus divisas en importar alimentos del extranjero.
La Ley Lincoln de 1862, aseguraba a cada familia la propiedad de lotes de 65 hectáreas. Cada beneficiario se comprometía a cultivar su parcela por un período no menor de cinco años.
Se generaba un mercado interno con gran poder adquisitivo.
El siempre efímero soplo de las glorias y el peso siempre perdurable de las catástrofes.
Las aves guaneras son las más valiosas del mundo, por su rendimiento en dólares por cada digestión. Están por encima del ruiseñor de Shakespeare que cantaba en el balcón de Julieta, por encima de la paloma que voló sobre el Arca de Noé y, desde luego, de las tristes golondrinas de Becquer.
Gracias al salitre y al guano, que yacían en las costas del Pacífico casi al alcance de los barcos que venían a buscarlos el fantasma del hambre se alejó de Europa.
El desierto había oficiado de zona de amortiguación para los conflictos latentes entre Chile, Perú Bolivia. El salitre desencadenó la pelea.
La coca, como se sabe, al adormecer el hambre y enmascarar la fatiga, va apagando el sistema de alarmas con que cuenta el organismo para seguir vivo.
El petróleo es la riqueza más monopolizada en todo el sistema capitalista. No hay empresarios que disfruten del poder político que ejercen, en escala universal, las grandes corporaciones petroleras. La Standard Oil y la Shell levantan y destronan reyes y presidentes, financian conspiraciones palaciegas y golpes de Estado. La Standard Oil Co de Nueva Jersey es la mayor empresa industrial del mundo capitalista.
En Argentina las empresas extranjeras y sus múltiples ecos nativos sostienen siempre que el subsuelo contiene escaso petróleo, aunque las investigaciones de los técnicos de YPF, Yacimientos Petrolíferos Fiscales, han indicado con toda certidumbre que en cerca de la mitad del territorio nacional subyace el petróleo, y que también hay petróleo abundante en la vasta plataforma submarina de la costa atlántica. Cada vez que se pone de moda hablar de la pobreza del subsuelo argentino, el gobierno firma una nueva concesión en beneficio de alguno de los miembros del cártel. La empresa estatal, YPF, ha sido víctima de un continuo y sistemático sabotaje, desde sus orígenes hasta la fecha. La Argentina fue, hasta no hace muchos años, uno de los últimos escenarios históricos de la pugna ínter imperialista entre Inglaterra, en el desesperado ocaso, y los ascendentes Estados Unidos. Los acuerdos del cártel no han impedido que la Shell y la Standard disputaran el petróleo de este país por medios a veces violentos: hay una serie de elocuentes coincidencias en los golpes de Estado que se han sucedido todo a lo largo de los últimos cuarenta años. El Congreso argentino se disponía a votar la ley de nacionalización del petróleo, el 6 de septiembre de 1930, cuando el caudillo nacionalista Hipólito Yrigoyen fue derribado de la presidencia del país por el cuartelazo de José Félix Uriburu. El gobierno de Ramón Castillo cayó en junio de 1943, cuando tenía a la firma un convenio que promovía la extracción del petróleo por los capitales norteamericanos. En septiembre de 1955, Juan Domingo Perón marchó al exilio cuando el Congreso estaba por aprobar una concesión a la California Oil Co.
Arturo Frondizi desencadenó varias y muy agudas crisis militares, en las tres armas, al anunciar el llamado a licitación que ofrecía todo el subsuelo del país a las empresas interesadas en extraer petróleo: en agosto de 1959 la licitación fue declarada desierta.
Resucitó en seguida y en octubre de 1960 quedó sin efecto.
Frondizi realizó varias concesiones en beneficio de las empresas norteamericanas del cártel, y los intereses británicos –decisivos en la Marina y en el sector “colorado” del ejército- no fueron ajenos a su caída en marzo de 1962.
Arturo Illia anuló las concesiones y fue derribado en 1966; al año siguiente, Juan Carlos Onganía promulgó una ley de hidrocarburos que favorecía los intereses norteamericanos en la pugna interna.
Venezuela es todavía, en 1970, el mayor exportador de petróleo.
La mitad de los niños y los jóvenes de Venezuela quedan todavía, en 1970, según los censos, fuera de las aulas de enseñanza.
Un setenta por ciento del país vive marginado de todo.
Canning no se equivocaba al escribir, en 1824: “La cosa está hecha; el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa”.
La máquina de vapor, el telar mecánico y el perfeccionamiento de la máquina de tejer habían hecho madurar vertiginosamente la revolución industrial en Inglaterra.
Los vaivenes en las políticas aduaneras de los gobiernos de la independencia generarían sucesivas muertes y despertares de las manufacturas criollas, sin la posibilidad de un desarrollo sostenido en el tiempo.
El litoral de Argentina era la región más atrasada y menos poblada del país, antes de que la independencia trasladara a Buenos Aires, en perjuicio de las provincias mediterráneas, el centro de gravedad de la vida económica y política. A principios del siglo XIX apenas la décima parte de la población argentina residía en Buenos Aires, Santa Fe o Entre Ríos.
Con ritmo lento y por medios rudimentarios se había desarrollado una industria nativa en las regiones del centro y el norte, mientras que en el litoral no existía ningún arte ni manufactura. En Tucumán y Santiago del Estero, florecían los talleres textiles, que fabricaban ponchos de tres clases distintas, y se producían en otros talleres excelentes carretas y cigarros y cigarrillos, cueros y suelas. De Catamarca nacían lienzos de todo tipo, paños finos, bayetillas de algodón negro para que usaran los clérigos; Córdoba fabricaba más de setenta mil ponchos, veinte mil frazadas y cuarenta mil varas de bayeta por año, zapatos y artículos de cuero, cinchas y vergas, tapetados y cordobanes. Las curtiembres y talabarterías más importantes estaban en Corrientes. Eran famosos los finos sillones de Salta. Mendoza producía entre dos y tres millones de litros de vino por año, en nada inferiores a los de Andalucía, y San Juan destilaba 350 mil litros anuales de aguardiente.
Mendoza y San Juan formaban la garganta del comercio entre el Atlántico y el Pacífico en América del Sur.
Los agentes comerciales de Manchester, Glasgow y Liverpool recorrieron Argentina y copiaron los modelos de los ponchos santiagueños y cordobeses y de los artículos de cuero de Corrientes, además de los estribos de palo dados vuelta al uso del país. Los ponchos argentinos valían siete pesos; los de Yorkshire, tres. La industria textil más desarrollada del mundo triunfaba al galope sobre las tejedurías nativas, y otro tanto ocurría en la producción de botas, espuelas, rejas, frenos y hasta clavos. La miseria asoló las provincias interiores argentinas, que pronto alzaron lanzas contra la dictadura del puerto de Buenos Aires. Los principales mercaderes (Escalada, Belgrano, Pueyrredón, Vieytes, Las Heras, Cerviño) habían tomado el poder arrebatado a España y el comercio les brindaba la posibilidad de comprar sedas y cuchillos ingleses, paños finos de Louviers, encajes de Flandes, sables suizos, ginebra holandesa, jamones de Westfalia y habanos de Hamburgo. A cambio, la Argentina exportaba cueros, sebo, huesos, carne salada, y los ganaderos de la provincia de Buenos Aires extendían sus mercados gracias al comercio libre. El cónsul inglés en el Plata, Woodbine Parish, describía en 1837 a un recio gaucho de las pampas: “Tómense todas las piezas de su ropa, examínese todo lo que lo rodea y exceptuando lo que sea de cuero, ¿qué cosa habrá que no sea inglesa? Si su mujer tiene una pollera, hay diez posibilidades contra una que sea manufactura de Manchester. La caldera u olla en que cocina, la taza de loza ordinaria en la que come, su cuchillo, sus espuelas, el freno, el poncho que lo cubre, todos son efectos llevados de Inglaterra. Argentina recibía de Inglaterra hasta las piedras de las veredas.
Brasil era un miembro no oficial del imperio económico de Gran Bretaña.
Los comerciantes ingleses monopolizaban el comercio en Santiago y Valparaíso y Chile era el segundo mercado latinoamericano, en orden de importancia, para los productos británicos.
Buenos Aires que en el siglo XIII no había sido más que una gran aldea de cuatrocientas casas, se apoderó de la nación entera a partir de la revolución de mayo y la independencia. Era el puerto único.
Las deformaciones que la hegemonía porteña impuso a la nación se advierten claramente en nuestros días: la capital abarca, con sus suburbios, más de la tercera parte de la población argentina total.
El gobierno de Juan Manuel de Rosas dictó en 1835 una ley de aduanas de signo acentuadamente proteccionista.
Suman medio millón los paraguayos que han abandonado la patria, definitivamente, en los últimos veinte años. La miseria empuja al éxodo a los habitantes del país que era hasta hace un siglo el más avanzado de América del Sur. Paraguay es con Bolivia, uno de los dos países sudamericanos más pobres y atrasados. Los paraguayos sufren la herencia de una guerra de exterminio que se incorporó a la historia de América Latina como su capítulo más infame. Se llamó la Guerra de la Triple Alianza. Brasil, Argentina y Uruguay tuvieron a su cargo el genocidio. La invasión fue financiada, de principio a fin, por el Banco de Londres, la casa Baring Brothers y la banca Rothschild, en empréstitos con intereses leoninos que hipotecaron la suerte de los países vencedores.
En la América hispánica las misiones de los jesuitas se desarrollaron bajo un signo progresista. Venían para purificar, mediante el ejemplo de la abnegación y el ascetismo, a una Iglesia católica entregada al ocio y al goce desenfrenado de los bienes que la conquista había puesto a disposición del clero. Fueron las misiones del Paraguay las que alcanzaron el mayor nivel en poco más de un siglo y medio (1603-1768).
Los jesuitas atrajeron mediante el lenguaje de la música, a los indios guaraníes que habían buscado amparo en la selva o que en ella habían permanecido sin incorporarse al proceso civilizatorio de los encomenderos y los terratenientes. Ciento cincuenta mil indios guaraníes pudieron así, reencontrarse con su organización comunitaria primitiva y resucitar sus propias técnicas en los oficios y las artes.
La Corona sucumbió finalmente a las presiones de los encomenderos criollos, y los jesuitas fueron expulsados de América. Los terratenientes y los esclavistas se lanzaron a la caza de los indios. Los cadáveres colgaban de los árboles en las misiones; pueblos enteros fueron vendidos en los mercados de esclavos de Brasil. Muchos indios volvieron a encontrar refugio en la selva.
Las finanzas de estos jóvenes estados no estaban saneadas. Se hace preciso recurrir a la inflación, que produce la depreciación de la moneda, y a los empréstitos onerosos.
Las vías férreas no constituían una red destinada a unir a las diversas regiones interiores entre sí, sino que conectaban los centros de producción con los puertos. El diseño coincide todavía con los dedos de una mano abierta.
Los durmientes de las vías se hacían de madera y el carbón vegetal servía de combustible; el obraje maderero, creado por el ferrocarril, desintegró los núcleos rurales de población, destruyó la agricultura y la ganadería al arrasar las pasturas y los bosques de abrigo, esclavizó en la selva a varias generaciones de santiagueños y provocó la despoblación. El éxodo en masa no ha cesado, y hoy Santiago del Estero es una de las provincias más pobres de la Argentina. La utilización del petróleo como combustible ferroviario sumergió a la región en una honda crisis. Muchas décadas después, al término de la segunda guerra mundial, cuando ya los ferrocarriles no rendían dividendos y habían caído en relativo desuso, la administración pública los recuperó. Casi todos los estados compraron a los ingleses los fierros viejos y nacionalizaron, así, las pérdidas de las empresas.
Las empresas británicas habían obtenido considerables concesiones de tierras a cada lado de las vías, además de las propias líneas férreas y el derecho de construir nuevos ramales.
La hazaña norteamericana no tendría explicación si no hubiera sido animada, desde el principio, por el más ardiente de los nacionalismos.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial nacerán juntos para negar, a los países subdesarrollados, el derecho de proteger sus industrias nacionales, y para desalentar en ellos la acción del Estado.
A partir de la segunda guerra mundial se consolida en América Latina el repliegue de los intereses europeos, en beneficio del arrollador avance de las inversiones norteamericanas.
Los salarios de hambre de América Latina contribuyen a financiar los altos salarios de Estados Unidos y de Europa.
Contener, a costa de la mayor pobreza de los pobres, el vértigo de la inflación.
El proceso de represión y asfixia del pueblo tuvo lugar durante el régimen del general Juan Carlos Onganía; había comenzado con la derrota peronista de 1955.
En el Uruguay unos centenares de familias son dueñas de las fábricas y las tierras, los grandes comercios y los bancos.
En el discurso donde definió la política económica argentina, en 1967, el general Juan Carlos Onganía reafirmaba la igualdad de oportunidades: “Las inversiones extranjeras en Argentina serán consideradas en un pie de igualdad con las inversiones de origen interno, de acuerdo con la política tradicional de nuestro país, que nunca ha discriminado contra el capital extranjero.
Entre 1963 y 1968, fueron desnacionalizadas cincuenta importantes empresas argentinas, 29 de las cuales cayeron en manos norteamericanas, en sectores tan diversos como la fundición de acero, la fabricación de automóviles y de repuestos, la petroquímica, la química, la industria eléctrica, el papel o los cigarrillos.
En 1962, dos empresas nacionales de capital privado, Siam Di Tella e Industrias Kaiser Argentinas, figuraban entre las cinco empresas industriales más grandes de América Latina; en 1967 ambas habían sido capturadas por el capital imperialista.
El Chase Manhattan Bank, del grupo Rockefeller, adquirió en 1968, el Banco Argentino de Comercio.
Los departamentos de relaciones públicas de varios bancos norteamericanos que operan en el exterior pregonan sin rubores que su propósito más importante consiste en canalizar el ahorro interno de los países donde operan para el uso de las corporaciones multinacionales que son clientes de sus casas matrices. Ningún banco extranjero puede operar, en Estados Unidos, como receptor de depósitos de los ciudadanos norteamericanos. En cambio, los bancos de los Estados Unidos disponen a su antojo, a través de las numerosas filiales, del ahorro nacional latinoamericano.
Un cálculo realizado por la revista Fichas indica que las divisas insumidas entre 1961 y 1964 por la industria automotriz en la Argentina son tres veces y media mayores que el monto necesario para construir diecisiete centrales termoeléctricas y seis centrales hidroeléctricas con una potencia total de más de dos mil doscientos megavatios y equivalen al valor de las importaciones de maquinarias y equipos requeridos durante once años por las industrias dinámicas para provocar un incremento anual del 2.8 por ciento en el producto por habitante.
En su mayoría los países latinoamericanos se identifican, en el mercado mundial, con una sola materia prima o con un solo alimento. Carnes, cueros y lanas proporcionaron a la Argentina un 38 por ciento de sus divisas.
Hay en los mercados internacionales un virtual monopolio de la demanda de materias primas y de la oferta de productos industrializados. Cada vez vale menos lo que América Latina vende y, comparativamente, cada vez es más caro lo que compra.
La maldición de los precios bajos no pesa sobre determinados productos, sino sobre determinados países. La clave de la explotación reside en que existe una enorme diferencia en los niveles de salarios de unos y otros países. Son los salarios bajos los que determinan los precios bajos: los países pobres exportan su pobreza.
¿Qué ocurriría con la prosperidad de los ganaderos del Medio Oeste si los Estados Unidos permitieran el acceso a su mercado interno, sin tarifas ni imaginativas prohibiciones sanitarias, de la carne de mejor calidad y menor precio que producen Argentina y Uruguay?
Un Fiat fabricado en la Argentina tiene un precio de venta que duplica con creces los de Estados Unidos o Italia.
Los desocupados van en camino de constituir una aplastante mayoría en varios países.
Las casa matrices nunca proporcionan a sus filiales las innovaciones más recientes. Las subsidiarias de las corporaciones internacionales que operan en la región no realizan esfuerzos significativos en materia de investigación y desarrollo. Otra minoría de empresas situadas en Argentina, Brasil y México realiza modestas actividades de investigación.
Raúl Prebisch advierte que las empresas norteamericanas en Europa instalan laboratorios y realizan investigaciones que contribuyen a fortalecer la capacidad científica y técnica de esos países, lo que no ha sucedido en América Latina.
La ciudad hace aún más pobres a los pobres, porque cruelmente les exhibe espejismos de riquezas a las que nunca tendrán acceso.
Por lo menos la cuarta parte de la población de las ciudades latinoamericanas habita asentamientos que escapan a las normas modernas de construcción urbana. Habitan tugurios, villas miseria, viviendas de lata, barro y madera. De aquí a pocos años los asentamientos irregulares albergarán a una mayoría de la población urbana. Una mayoría de derrotados.
La concentración de la industria en determinadas zonas refleja la concentración previa de la demanda en los grandes puertos o zonas exportadoras. Dos tercios de la industria argentina están en Buenos Aires y Rosario.
América Latina ofrece brazos baratos: en 1961, el salario-hora promedio en Estados Unidos se elevaba a dos dólares; en Argentina era de 32 centavos.
El bajo nivel de salarios de América Latina sólo se traduce en precios bajos en los mercados internacionales, donde la región ofrece sus materias primas a cotizaciones exiguas para que se beneficien los consumidores de los países ricos, en los mercados internos, en cambio, donde la industria desnacionalizada vende manufacturas, los precios son altos, para que resulten altísimas las ganancias de las corporaciones imperialistas.
Argentina no está en condiciones de resistir el poderoso desafío brasileño: Brasil tiene el doble de superficie y una población cuatro veces mayor, es casi tres veces más amplia su producción de acero, fabrica el doble de cemento y genera más del doble de energía; la tasa de renovación de su flota mercante es quince veces más alta. Argentina producía más automóviles y camiones que Brasil. A los ritmos actuales, en 1975 la industria automotriz brasileña será tres veces mayor que la argentina. La flota marítima, que en 1966 era igual a la argentina, equivaldrá a la de toda América Latina reunida.
La primera condición para cambiar la realidad consiste en conocerla.
Al cumplir su primer año de vida, la dictadura argentina del general Videla había recibido quinientos millones de dólares de bancos privados norteamericanos y 415 millones de dos instituciones (Banco Mundial y BID) donde los Estados Unidos tienen influencia decisiva.
Los obispos de Francia hablan de otro tipo de responsabilidad, más profunda, menos visible (Declaración de Lourdes, octubre de 1976). “Nosotros, que pertenecemos a las naciones que pretenden ser las más avanzadas del mundo, formamos parte de los que se benefician de la explotación de los países en vías de desarrollo. No vemos los sufrimientos que ello provoca en la carne y en el espíritu de pueblos enteros. Nosotros contribuimos a reforzar la división del mundo actual, en el que sobresale la dominación de los pobres por los ricos, de los débiles por los poderosos. ¿Sabemos que nuestro desperdicio de recursos y de materias primas no sería posible sin el control del intercambio comercial por parte de los países occidentales? ¿No vemos quién se aprovecha del tráfico de armas, del que nuestro país ha dado tristes ejemplos? ¿Comprendemos acaso que la militarización de los regímenes de los países pobres es una de las consecuencias de la dominación económica y cultural ejercidas por los países industrializados, en los que la vida se rige por el afán de ganancias y los poderes del dinero?”

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