lunes, 14 de mayo de 2012

Isabel Allende Hija de la fortuna


Recitó un heroico poema, innecesariamente largo.
Se despejó el cielo y asomó un sol tímido.
Lo único bueno de casarse es enviudar -dijo.
Bastaba decir aquello que la gente deseaba oír.
Todos los maridos son aburridos. Ninguna mujer con dos dedos de frente se casa para que la entretengan, sino para que la mantengan.
Hablaron en mapudungo, la lengua de los mapuches.
Le resultaba simplemente imposible que un amor de tal magnitud la hubiera aturdido sólo a ella.
No se atrevieron a mirarse en la dulce penumbra, aturdidos por la mutua cercanía.
Una clase media empantanada en prejuicios.
El escándalo de verduras y frutas de aquel verano generoso.
Donde hay mujeres, hay civilización.
La gente con ideas originales siempre acaba con fama de loca.
Un enervante quejido acompañaba cada vuelta de las ruedas, que adrede no engrasaban con el fin de espantar a los demonios.
La verdadera espiritualidad incluye siempre el servicio a los demás.
El sabio es siempre alegre.
Andaba como un ebrio tropezando con su sombra.
Mientras más aprendas, más pronto sabrás cuán poco sabes.
Al otro mundo no puedo llevarme lo que sé, alguien ha de usarlo a mi muerte.
El sabio nada desea, no juzga, no hace planes, mantiene su mente abierta y su corazón en paz.
¿Por qué no cobras a los criminales? Porque prefiero que me deban un favor.
Aparecieron especuladores, leguleyos, evangelistas, jugadores profesionales, bandoleros, madamas con sus chicas de vida alegre y otros heraldos del progreso y la civilización.
Le había perdido el miedo al miedo.
Quien se complace en pensar en lo malo, acaba por convocarlo.
De pronto la memoria le lanzaba un zarpazo y la dejaba temblando.
El sabio es siempre alegre, porque acepta la realidad.
En la vida no se llega a ninguna parte, se camina no más.

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