Las
enfermedades, decía, son de dos tipos: se curan solas o no tienen remedio.
No debía ser
tanta su sabiduría si era la única persona del pueblo en ignorar sus propios
cuernos.
En última
instancia la hermosura no es sino una actitud.
Se
instalaron en el otro extremo del mundo venciendo la parálisis inicial de
quienes pierden sus raíces. Dieron a luz una nueva fortaleza, nacida del
sufrimiento y la necesidad.
Lo escuchaba
hablar con la fascinación de un niño frente a un teatro de títeres.
Apostaba a
los mejores valores de la humanidad, ignorando miles de años de historia que
demuestran lo contrario.
En vez de
casarse realizarán una unión a prueba, a ver su la suma de sus afinidades era
superior a la de sus diferencias.
Era un
hombre nacido con el don de matar, rara condición que casi nunca se da en las
mujeres. No lo guiaba el conocimiento anatómico, sino la intuición del verdugo.
En esencia
eran hermanas, como finalmente lo son todas las mujeres.
Dulces
colinas sedientas en verano. Vasto silencio de ramas desnudas en invierno.
Sentían la
proximidad del otro como un consuelo.
Como todos
los que aman la vida, se sentían inmortales.
Su confianza
en el porvenir estaba puesta en la familia. Jamás imaginaron envejecer lejos de los
suyos.
La ausencia
es tan adversa como el paso del tiempo.
La soledad,
la peor condena de la vejez.
Entretenida
en sus propias fantasías carecía de tiempo y ánimo para ocuparse de las
pequeñeces de la existencia.
Bien vestido
bien recibido.
No podía imaginar
a dos personas que se odiaban como sus padres haciendo aquello para traerla al
mundo.
¿Has notado
como te mira el chofer? Eres gusto de proletario, querida.
Era una
noche estrellada y clara, arropada por un silencio amplio.
El orgullo
de quien se cree hermosa daba a su andar un ritmo insolente.
-¿Qué
quieres? ¿Qué no haya diferencia entre los pobres y la gente decente?
Sus caminos
estaban trazados desde el principio y no pudieron sino recorrerlos.
Con un
metódico ejercicio de humildad aceptar el mundo como una obra imperfecta en la cual Dios pone a prueba
las almas.
El deseo
compasivo de llevar solidaridad humana allá donde el amor divino parecía
ausente.
Reemplazar
la justicia por caridad, donde era necesario.
Había
elegido la dura misión de amar al prójimo más que a sí mismo.
Estaba
convencido de que se vive hasta la hora señalada y ni un instante menos o más.
Adonde el
corazón se inclina, el pie camina.
Así da gusto
morirse, exclamó la mujer deslumbrada ante el cuarto asoleado, las flores sobre
la mesa y la televisión.
La dictadura
no era una etapa provisoria en el camino del desarrollo, sino la etapa final en
el camino de la injusticia.
Después de
haber estado tanto tiempo en los territorios de la muerte, la vida había
adquirido para ella otro valor. Percibía maravillada los contornos del mundo y
agradecía las pequeñas cosas de cada día.
Atravesaron
un pueblo borracho de luz.
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