viernes, 4 de mayo de 2012

Isabel Allende De amor y de sombra


Las enfermedades, decía, son de dos tipos: se curan solas o no tienen remedio.
No debía ser tanta su sabiduría si era la única persona del pueblo en ignorar sus propios cuernos.
En última instancia la hermosura no es sino una actitud.
Se instalaron en el otro extremo del mundo venciendo la parálisis inicial de quienes pierden sus raíces. Dieron a luz una nueva fortaleza, nacida del sufrimiento y la necesidad.
Lo escuchaba hablar con la fascinación de un niño frente a un teatro de títeres.
Apostaba a los mejores valores de la humanidad, ignorando miles de años de historia que demuestran lo contrario.
En vez de casarse realizarán una unión a prueba, a ver su la suma de sus afinidades era superior a la de sus diferencias.
Era un hombre nacido con el don de matar, rara condición que casi nunca se da en las mujeres. No lo guiaba el conocimiento anatómico, sino la intuición del verdugo.
En esencia eran hermanas, como finalmente lo son todas las mujeres.
Dulces colinas sedientas en verano. Vasto silencio de ramas desnudas en invierno.
Sentían la proximidad del otro como un consuelo.
Como todos los que aman la vida, se sentían inmortales.
Su confianza en el porvenir estaba puesta en la familia. Jamás imaginaron envejecer lejos de los suyos.
La ausencia es tan adversa como el paso del tiempo.
La soledad, la peor condena de la vejez.
Entretenida en sus propias fantasías carecía de tiempo y ánimo para ocuparse de las pequeñeces de la existencia.
Bien vestido bien recibido.
No podía imaginar a dos personas que se odiaban como sus padres haciendo aquello para traerla al mundo.
¿Has notado como te mira el chofer? Eres gusto de proletario, querida.
Era una noche estrellada y clara, arropada por un silencio amplio.
El orgullo de quien se cree hermosa daba a su andar un ritmo insolente.
-¿Qué quieres? ¿Qué no haya diferencia entre los pobres y la gente decente?
Sus caminos estaban trazados desde el principio y no pudieron sino recorrerlos.
Con un metódico ejercicio de humildad aceptar el mundo como una obra imperfecta en la cual Dios pone a prueba las almas.
El deseo compasivo de llevar solidaridad humana allá donde el amor divino parecía ausente.
Reemplazar la justicia por caridad, donde era necesario.
Había elegido la dura misión de amar al prójimo más que a sí mismo.
Estaba convencido de que se vive hasta la hora señalada y ni un instante menos o más.
Adonde el corazón se inclina, el pie camina.
Así da gusto morirse, exclamó la mujer deslumbrada ante el cuarto asoleado, las flores sobre la mesa y la televisión.
La dictadura no era una etapa provisoria en el camino del desarrollo, sino la etapa final en el camino de la injusticia.
Después de haber estado tanto tiempo en los territorios de la muerte, la vida había adquirido para ella otro valor. Percibía maravillada los contornos del mundo y agradecía las pequeñas cosas de cada día.
Atravesaron un pueblo borracho de luz.

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