sábado, 28 de abril de 2012

Isabel Allende en El Plan Infinito


Una irresistible sonrisa que le llenaba la cara de dientes.
Los baldes de la colecta se llenaban hasta el tope con las dádivas de quienes adquirían boletos para el cielo.
Hay sólo dos clases de enfermedades: las mortales y las que se curan solas a su debido tiempo.
Tres principios inapelables: lo único importante es ganar, el que pega primero pega dos veces y dale directo a las bolas, hijo, y que Dios nos perdone.
Antes de que el rayo fulminante del amor los domesticara.
Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.
Se acercaba a los cien años y aún era capaz de regocijarse con un sepelio ajeno, feliz de no ser ella quien iba en el ataúd.
Por primera vez se dirigió a la Virgen para hablarle de mujer a mujer.
Abundaban rencores y escaseaban esperanzas.
Sintió el alma llena de lágrimas imposibles de verter.
Se hace lo que se puede –dijo ella suavemente.
Ganaba mucho más ayudando a sus clientes que maldiciendo a sus enemigos.
Cuidado con lo que pides, mira que el cielo puede otorgártelo.
Paso a paso, un día a la vez, era su filosofía.
Un hombre tan común y corriente que sería imposible recordar su rostro un minuto después de haberlo visto.
No tenía interés alguno en lo ocurrido antes, le bastaba la dicha de ahora.
Iba protegida de los riesgos porque era incapaz de imaginar la maldad ajena.
Al compararse con otros se sentía muy afortunada.
Se vive nomás, lo mejor posible, un poquito cada día, es como un viaje sin meta, lo que cuenta es el camino.
Permanecer en silencio y apreciar el privilegio de la soledad.
Uno pasa la primera parte de la vida juntando cosas y la segunda tratando de desprenderse de ellas.
-¿Crees que todavía alguien puede enamorarse de mi? –Pregunta mejor si acaso puedes enamorarte tú.
Sintió la mordedura de la soledad.
Por mucho que uno corra siempre está en su misma piel.
Me reconcilié conmigo mismo, me acepté con un poco de benevolencia y entonces tuve mi primer atisbo de paz.

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