viernes, 27 de noviembre de 2009

Rodolfo Modern en "La salsera de Meissen".

Rodolfo Modern La salsera de Meissen Bs.As. Sudamericana, 2006
ISBN 950-07-2698-X
Ahora soy vieja. Es decir, vivo recostada hacia el pasado.
De pronto nació en mí algo nuevo y extraño, un ofrecimiento que me abarcaba entera y que no exigía recompensa. Y lo llamé "amor".
Yo no soy muy buena para las caricias o para demostrar lo que siento. Prefiero el silencio, allí se incluye todo.
Suelo pensar si las cosas son como son o como yo las imagino. A veces creo en algo, otras no. Y tengo miedo, constantemente.
Algo trepó entonces desde el fondo de mi estómago hasta la garganta, algo que hasta ese momento no había conocido, y que llamé, a falta de una palabra mejor, "compasión". Y que, por primera vez en mi vida, me hizo llorar.
Las causas de atracciones y de repulsiones son, junto con las pirámides de Egipto, uno de los grandes interrogantes que la humanidad enfrenta.
Se le aparecieron imágenes de su existencia pasada. Todo, efectivamente, era ya pasado. Y sólo persistían ecos desfigurados por una memoria infiel. ¡Cuántos esfuerzos en vano, cuántos trabajos en vano! Sólo la contemplación con los ojos del alma tenía valor, pensó. Y cada instante le parecía entonces un tesoro que era necesario amar con todas las fuerzas declinantes ya de su ser.
Mientras trabajaba con entusiasmo, escuchaba, uno tras otro, los compactos con las obras completas de Sibelius, en tanto que, como telón de fondo los pájaros trinaban desde el naranjo de la casa lindera.
Ante su asombro surgió la figura de una muchacha de veinticinco años, más o menos, espléndida de ver, como una de esas camelias marfileñas, abiertas, suaves al tacto y, además, gratamente perfumadas.
La alondra se balanceaba en la rama del olmo. Para la alondra todos los días son de fiesta. Entonces sus escalas y gorjeos suenan como un homenaje, como una celebración por haber nacido, por estar viva, por el privilegio del vuelo y del canto que le han sido concedidos. Las elegantes parábolas trazadas contra el fondo del cielo azul y los trinos salidos de su garganta benefician a los seres vivos.
A esta edad prefiero madrugar, no puedo darme el lujo de desaprovechar el tiempo. Y con la ventana abierta permito que me despierten las aves con su cantar sabroso, no aprendido.
Es que en el presente hay mucho más atrás y el adelante anda escaso.
Los hombres (y las mujeres) somos y estamos limitados, y aceptarlo así constituye uno de los principios básicos de la sabiduría. No hay que viajar al Tibet para eso.
Surgen, inevitablemente, los dos pilares sobre los que el ser humano sostiene en lo esencial su vida afectiva: la amistad y el amor. Si se carece de alguno de ellos uno puede seguir viviendo, pero mutilado, y al cabo se derrumba. Si faltan ambos, más vale que te pegues un tiro ya.
Somos amigos, lo que se dice amigos. Quizá porque ninguno de los dos le ha pedido al otro un favor importante.
El amor es otra cosa, es otra cuerda a tocar en el arpa de los afectos. Para empezar es indefinible. Es sólido, gelatinoso y gaseoso, cálido o no, y mientras la amistad se va desarrollando de un modo bastante equilibrado, el amor no. Se comporta como un verdadero subibaja. Amigo y amigo, o amiga y amiga, de ahí no se pasa. En cuanto al amor, la pareja se constituye de otro modo, amante y amada o viceversa. No hay medias tintas, todo a dos colores definidos. En el amor a veces pierde uno, a veces los dos. El amor te exalta, te anula, te embota, te atrae hacia la estratósfera, te arroja al precipicio más sombrío, te ilusiona, te desengaña, reís, llorás, pedís, suplicás, odiás. Allí está todo, allí caben el mundo y sus contornos. Desde la entrega total de la pasión hasta el rechazo absoluto, desde lo abierto hasta los celos más rabiosos.
Hasta que sucedió lo que jamás hubiera previsto. Que es lo que, por otra parte, suele ocurrir con la mayor frecuencia, dado como están dispuestas las cosas en este mundo.
Algún ingenuo supone que pudo escuchar mi voz, pero esto no es cierto. Ocurre que a veces, en un impulso, más bien escaso, de buen humor (las bromas me atraen, véase el ornitorrinco, (por ejemplo), me metamorfoseo, es decir, adopto determinadas formas, de las que por supuesto nadie puede captar el original.
He dado a los hombres, esa ínfima porción de lo que existe, una inteligencia breve e inconsecuente, una belleza inútil y fugaz, una duración fatal, una inconstancia repetida y una dosis inextinguible de eso que llaman deseo y ansias de placer.
Todo es susceptible de cambio. Sobre todo las ideas fijas.
"Nunca sabrás lo que es suficiente a condición de que sepas lo que es más que suficiente".
Las palabras llevan a la incomprensión y desembocan en el caos.
Ver y no ser visto suele ser a veces una condición ventajosa que hay que saber aprovechar.
Ahora estoy de nuevo instalado donde siempre, mirando pasar, que es una buena manera de pasarla.

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