Isabel Allende El Reino del Dragón de Oro 3ª ed. Ed. Sudamericana 2003 Bs.As. ISBN 950-07-2423-5
El tiempo a nivel espiritual no existe.
Los profundos precipicios que, como hachazos de Dios, cortaban los montes.
Lo hacían sin pensar, con la mente en blanco, confiando en la habilidad de sus cuerpos, el instinto y la buena suerte, porque, si se detenían a calcular los movimientos, no podían hacerlo.
-El miedo no es real, Dil Bahadur, sólo está en tu mente, como todo lo demás. Nuestros pensamientos forman lo que suponemos que es la realidad-.
-¿Cuántas veces te he dicho que no creas todo lo que oyes? Busca tu propia verdad – se rió el lama.
-Todos vamos a morir, es lo único seguro, Dil Bahadur.
-Nunca es mucho tiempo.
Con el tiempo probó tener la mezcla adecuada de autoridad para gobernar, sentido práctico para hacer justicia y espiritualidad para no dejarse corromper por el poder.
Tensing había vivido como ermitaño en esa cueva por varios años, en silencio y soledad.
-El deseo y el temor son ilusiones. Debes practicar el desprendimiento.
-El afecto no necesita la presencia del otro para manifestarse. La separación entre los seres también es ilusoria, puesto que todo está unido en el universo. Nuestros espíritus siempre estarán juntos, Dil Bahadur – explicó el lama.
Ella le advirtió que debía “leer con el corazón”, tal como antes le había enseñado a “escuchar con el corazón”.
Le gustaba escribirle. Era como llevar un diario.
Tal como decía Iyomi: “Hay muchas clases de guerreros”.
-¿Cómo puedes defender este sistema de vida? ¡Mira la pobreza! ¿Te gustaría vivir así?
-No, Jaguar, pero tampoco me gustaría tener más de lo que necesito –replicó ella.
Siguió a Nadia sin vacilar, “viendo con el corazón”, como hacía cada vez más a menudo.
“Enfrenta los obstáculos a medida que se presenten, no pierdas energía temiendo lo que pueda haber en el futuro”.
El camino de la salvación era siempre individual y se basaba en la compasión hacia todo lo que existe.
Wandgi les había dicho que no debían abrir el paquete; eso era una muestra de impaciencia, sólo aceptable en un niño.
Presumir se consideraba una muestra imperdonable de mala educación; ni el rey, que era la máxima autoridad en materia de flora y fauna, lo hacía.
Todos hablaban con vaguedad. Las palabras más frecuentes eran “tal vez” y “posiblemente”, con lo cual evitaban opiniones fuertes y confrontación. Eso dejaba una salida honorable, en caso de que las partes no estuvieran de acuerdo.
Kate Cold había aceptado, resignada, que el guía la llamara “abuelita”. Era un signo de respeto, la forma educada de dirigirse a una persona mayor.
Tenía veintinueve años cuando se asomó fuera del jardín y vio por primera vez enfermedad, pobreza, dolor, crueldad. Se cortó el cabello, se despojó de sus joyas y sus ropajes de rica seda y se fue en busca de la Verdad.
Después de pasar del placer absoluto en su palacio al sacrificio más severo, comprendió que el Camino del Medio es el más adecuado.
A los treinta y cinco años se sentó sin moverse bajo un árbol durante seis días y seis noches a meditar. Una noche de luna su mente y su espíritu se abrieron y logró comprender todos los principios y procesos de la vida. Es decir, se convirtió en Buda.
-En sánscrito “Buda” quiere decir “despierto” o “iluminado”. Buda no es un nombre, sino un título, y cualquiera puede convertirse en buda a través de una vida noble y de práctica espiritual.
-La base del budismo es la compasión hacia todo lo que vive o existe. Dijo que cada uno debe buscar la verdad o la iluminación dentro de sí mismo, no en otros o en cosas externas. Por eso los monjes budistas no andan predicando, como nuestros misioneros, sino que pasan la mayor parte de sus vidas en serena meditación, buscando su propia verdad. Sólo poseen sus túnicas, sus sandalias y sus escudillas para mendigar comida. No les interesan los bienes materiales.
Tenía condiciones de guerrero, siempre quería ganar, le gustaba el aplauso, era impaciente y voluntarioso. Definitivamente, no tenía pasta para convertirse en un gobernante sabio.
Al ponerse el sol comenzaron a cantar los grillos, sumándose al ruido de la fiesta.
Se volvió hacia adentro, hacia ese espacio misterioso que todos tenemos cuando cerramos los ojos y expulsamos los pensamientos de la mente.
Nada en el mundo es permanente, todo cambia, se descompone, muere y se renueva en otra forma; por lo tanto aferrarse a las cosas de este mundo es inútil y causa sufrimiento. El camino del budismo consistía en aceptar eso.
-¿Qué dice la inscripción? –preguntó ella.
-Son palabras de Buda: “El cambio debe ser voluntario, no impuesto”.
-Todos podemos cambiar, pero nadie puede obligarnos a hacerlo.
Permanecieron meditando en silencio, mientras el monje realizaba paso a paso la larga y lenta ceremonia, que consistía simplemente en servir té verde y amargo en dos pocillos de barro.
-¿Usted cree en eso?
-No importa lo que yo crea. El hecho es que lo hacen.
Se había lavado con la lentitud y la precisión que caracterizaban todos sus gestos.
-El entrenador de elefantes necesita cinco virtudes, Dil Bahadur: buena salud, confianza, paciencia, sinceridad y sabiduría –dijo el lama sonriendo.
Entre bocado y bocado, que mascaban lentamente, admiraban el paisaje en silencio, porque no hablaban mientras comían.
Aquí y ahora. Debemos regocijarnos con la belleza de este momento, en vez de pensar en la tormenta que vendrá…
-Tal vez no sea tanto lo que me falta por aprender –sonrió el joven.
-Casi nada, sólo un poco de modestia –replicó el lama.
Soportar el frío era parte del rudo aprendizaje al cual lo sometía su maestro, como andar casi siempre descalzo, comer muy poco y permanecer horas y horas inmóvil en meditación.
No pedía tregua. Su maestro jamás lo había oído quejarse.
-Tal vez sería conveniente que no trataras de dominar tu cuerpo con la mente. Debes ser como el tigre del Himalaya, puro instinto y determinación… - sugirió el lama.
-La tormenta arranca del suelo al fornido roble, pero no al junco, porque éste se dobla. No calcules mi fuerza sino mis debilidades.
Ese era el camino señalado por Buda: el camino de la compasión.
En el cielo brillaba una luna inmensa, como un gran ojo de plata.
El peor enemigo, así como la mayor ayuda, suelen ser los propios pensamientos.
-Somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge de nuestros pensamientos. Nuestros pensamientos construyen el mundo.
Debían ver al enemigo como un maestro que les daba la oportunidad de controlar sus pasiones y aprender algo sobre sí mismos. La perspectiva de agredir nunca se les había presentado antes.
Buda era sólo un ser humano que había alcanzado la “iluminación” o suprema comprensión. Enviaban sus oraciones como rayos de energía positiva al espacio infinito y al espíritu que reina en todo lo que existe. Hasta los actos más cotidianos estaban impregnados de un sentido divino. La religión en ese país era una forma de vida; cada persona cuidaba al Buda que llevaba dentro.
Te sostendremos con nuestro pensamiento.
-¿Eso es todo? Terminó justo cuando empezaba a gustarme.
-Tal vez no buscó donde debiera… -insinuó Tensing.
-Creo que Pema y las otras muchachas están a salvo. Eso significa que tal vez muy pronto el general Myar Kunglung sabrá que el rey está en el monasterio… - dijo Tensing.
-¿Cómo lo sabe, honorable maestro? - preguntó Alexander.
-La mente de Pema ya no transmite tanta ansiedad. Su energía es diferente.
-Había oído de la telepatía, maestro, pero nunca imaginé que funcionara como un celular.
El lama sonrió amablemente. No sabía lo que era un celular.
Alexander pensó que un año antes habría calificado todo eso como demencia, pero ahora sabía cuán misterioso es el mundo.
El seguro de vida de cualquier especie es la diversidad. La diversidad garantiza la sobrevivencia.
-No me trates como a una niña. Sé cuidarme sola, lo he hecho por trece años, y creo que puedo ser útil.
-Está bien, pero harás exactamente lo que yo diga –decidió Alex.
-Ni lo sueñes. Haré lo que me parezca adecuado.
-Lo único cierto es que en este mundo todo cambia constantemente, Judit. El cambio es inevitable, ya que todo es temporal.
Por primera vez en su vida Tensing se sintió derrotado por la emoción: amaba a ese muchacho como a un hijo, más que a sí mismo; separarse de él le dolía como una quemadura. El lama procuró tomar distancia y calmar la ansiedad de su corazón. Observó el proceso de su propia mente, respiró hondo, tomando nota de sus desbocados sentimientos y del hecho de que aún le faltaba un largo camino para alcanzar el absoluto desprendimiento de los asuntos terrenales, incluso de los afectos. Sabía que en el plano espiritual no existe la separación. Recordó que él mismo le había enseñado al príncipe que cada ser forma parte de una sola unidad, todo está conectado. Dil Bahadur y él mismo estarían eternamente entrelazados, en esta y otras reencarnaciones. ¿Por qué, entonces, sentía esa angustia?
-Acuérdate que debes ser como el tigre del Himalaya: escucha la voz de la intuición y del instinto. Confía en las virtudes de tu corazón – replicó el monje.
-Si aspiran profundo tres veces, dejan que el aire llegue hasta el vientre y luego lo sueltan lentamente, tal vez se tranquilicen… - les aconsejó el príncipe.
Ni su pueblo ni su familia, que tanto lo amaban, lloraron su muerte, porque creían que el llanto obliga al espíritu a quedarse en el mundo para consolar a los vivos.
El tiempo a nivel espiritual no existe.
Los profundos precipicios que, como hachazos de Dios, cortaban los montes.
Lo hacían sin pensar, con la mente en blanco, confiando en la habilidad de sus cuerpos, el instinto y la buena suerte, porque, si se detenían a calcular los movimientos, no podían hacerlo.
-El miedo no es real, Dil Bahadur, sólo está en tu mente, como todo lo demás. Nuestros pensamientos forman lo que suponemos que es la realidad-.
-¿Cuántas veces te he dicho que no creas todo lo que oyes? Busca tu propia verdad – se rió el lama.
-Todos vamos a morir, es lo único seguro, Dil Bahadur.
-Nunca es mucho tiempo.
Con el tiempo probó tener la mezcla adecuada de autoridad para gobernar, sentido práctico para hacer justicia y espiritualidad para no dejarse corromper por el poder.
Tensing había vivido como ermitaño en esa cueva por varios años, en silencio y soledad.
-El deseo y el temor son ilusiones. Debes practicar el desprendimiento.
-El afecto no necesita la presencia del otro para manifestarse. La separación entre los seres también es ilusoria, puesto que todo está unido en el universo. Nuestros espíritus siempre estarán juntos, Dil Bahadur – explicó el lama.
Ella le advirtió que debía “leer con el corazón”, tal como antes le había enseñado a “escuchar con el corazón”.
Le gustaba escribirle. Era como llevar un diario.
Tal como decía Iyomi: “Hay muchas clases de guerreros”.
-¿Cómo puedes defender este sistema de vida? ¡Mira la pobreza! ¿Te gustaría vivir así?
-No, Jaguar, pero tampoco me gustaría tener más de lo que necesito –replicó ella.
Siguió a Nadia sin vacilar, “viendo con el corazón”, como hacía cada vez más a menudo.
“Enfrenta los obstáculos a medida que se presenten, no pierdas energía temiendo lo que pueda haber en el futuro”.
El camino de la salvación era siempre individual y se basaba en la compasión hacia todo lo que existe.
Wandgi les había dicho que no debían abrir el paquete; eso era una muestra de impaciencia, sólo aceptable en un niño.
Presumir se consideraba una muestra imperdonable de mala educación; ni el rey, que era la máxima autoridad en materia de flora y fauna, lo hacía.
Todos hablaban con vaguedad. Las palabras más frecuentes eran “tal vez” y “posiblemente”, con lo cual evitaban opiniones fuertes y confrontación. Eso dejaba una salida honorable, en caso de que las partes no estuvieran de acuerdo.
Kate Cold había aceptado, resignada, que el guía la llamara “abuelita”. Era un signo de respeto, la forma educada de dirigirse a una persona mayor.
Tenía veintinueve años cuando se asomó fuera del jardín y vio por primera vez enfermedad, pobreza, dolor, crueldad. Se cortó el cabello, se despojó de sus joyas y sus ropajes de rica seda y se fue en busca de la Verdad.
Después de pasar del placer absoluto en su palacio al sacrificio más severo, comprendió que el Camino del Medio es el más adecuado.
A los treinta y cinco años se sentó sin moverse bajo un árbol durante seis días y seis noches a meditar. Una noche de luna su mente y su espíritu se abrieron y logró comprender todos los principios y procesos de la vida. Es decir, se convirtió en Buda.
-En sánscrito “Buda” quiere decir “despierto” o “iluminado”. Buda no es un nombre, sino un título, y cualquiera puede convertirse en buda a través de una vida noble y de práctica espiritual.
-La base del budismo es la compasión hacia todo lo que vive o existe. Dijo que cada uno debe buscar la verdad o la iluminación dentro de sí mismo, no en otros o en cosas externas. Por eso los monjes budistas no andan predicando, como nuestros misioneros, sino que pasan la mayor parte de sus vidas en serena meditación, buscando su propia verdad. Sólo poseen sus túnicas, sus sandalias y sus escudillas para mendigar comida. No les interesan los bienes materiales.
Tenía condiciones de guerrero, siempre quería ganar, le gustaba el aplauso, era impaciente y voluntarioso. Definitivamente, no tenía pasta para convertirse en un gobernante sabio.
Al ponerse el sol comenzaron a cantar los grillos, sumándose al ruido de la fiesta.
Se volvió hacia adentro, hacia ese espacio misterioso que todos tenemos cuando cerramos los ojos y expulsamos los pensamientos de la mente.
Nada en el mundo es permanente, todo cambia, se descompone, muere y se renueva en otra forma; por lo tanto aferrarse a las cosas de este mundo es inútil y causa sufrimiento. El camino del budismo consistía en aceptar eso.
-¿Qué dice la inscripción? –preguntó ella.
-Son palabras de Buda: “El cambio debe ser voluntario, no impuesto”.
-Todos podemos cambiar, pero nadie puede obligarnos a hacerlo.
Permanecieron meditando en silencio, mientras el monje realizaba paso a paso la larga y lenta ceremonia, que consistía simplemente en servir té verde y amargo en dos pocillos de barro.
-¿Usted cree en eso?
-No importa lo que yo crea. El hecho es que lo hacen.
Se había lavado con la lentitud y la precisión que caracterizaban todos sus gestos.
-El entrenador de elefantes necesita cinco virtudes, Dil Bahadur: buena salud, confianza, paciencia, sinceridad y sabiduría –dijo el lama sonriendo.
Entre bocado y bocado, que mascaban lentamente, admiraban el paisaje en silencio, porque no hablaban mientras comían.
Aquí y ahora. Debemos regocijarnos con la belleza de este momento, en vez de pensar en la tormenta que vendrá…
-Tal vez no sea tanto lo que me falta por aprender –sonrió el joven.
-Casi nada, sólo un poco de modestia –replicó el lama.
Soportar el frío era parte del rudo aprendizaje al cual lo sometía su maestro, como andar casi siempre descalzo, comer muy poco y permanecer horas y horas inmóvil en meditación.
No pedía tregua. Su maestro jamás lo había oído quejarse.
-Tal vez sería conveniente que no trataras de dominar tu cuerpo con la mente. Debes ser como el tigre del Himalaya, puro instinto y determinación… - sugirió el lama.
-La tormenta arranca del suelo al fornido roble, pero no al junco, porque éste se dobla. No calcules mi fuerza sino mis debilidades.
Ese era el camino señalado por Buda: el camino de la compasión.
En el cielo brillaba una luna inmensa, como un gran ojo de plata.
El peor enemigo, así como la mayor ayuda, suelen ser los propios pensamientos.
-Somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge de nuestros pensamientos. Nuestros pensamientos construyen el mundo.
Debían ver al enemigo como un maestro que les daba la oportunidad de controlar sus pasiones y aprender algo sobre sí mismos. La perspectiva de agredir nunca se les había presentado antes.
Buda era sólo un ser humano que había alcanzado la “iluminación” o suprema comprensión. Enviaban sus oraciones como rayos de energía positiva al espacio infinito y al espíritu que reina en todo lo que existe. Hasta los actos más cotidianos estaban impregnados de un sentido divino. La religión en ese país era una forma de vida; cada persona cuidaba al Buda que llevaba dentro.
Te sostendremos con nuestro pensamiento.
-¿Eso es todo? Terminó justo cuando empezaba a gustarme.
-Tal vez no buscó donde debiera… -insinuó Tensing.
-Creo que Pema y las otras muchachas están a salvo. Eso significa que tal vez muy pronto el general Myar Kunglung sabrá que el rey está en el monasterio… - dijo Tensing.
-¿Cómo lo sabe, honorable maestro? - preguntó Alexander.
-La mente de Pema ya no transmite tanta ansiedad. Su energía es diferente.
-Había oído de la telepatía, maestro, pero nunca imaginé que funcionara como un celular.
El lama sonrió amablemente. No sabía lo que era un celular.
Alexander pensó que un año antes habría calificado todo eso como demencia, pero ahora sabía cuán misterioso es el mundo.
El seguro de vida de cualquier especie es la diversidad. La diversidad garantiza la sobrevivencia.
-No me trates como a una niña. Sé cuidarme sola, lo he hecho por trece años, y creo que puedo ser útil.
-Está bien, pero harás exactamente lo que yo diga –decidió Alex.
-Ni lo sueñes. Haré lo que me parezca adecuado.
-Lo único cierto es que en este mundo todo cambia constantemente, Judit. El cambio es inevitable, ya que todo es temporal.
Por primera vez en su vida Tensing se sintió derrotado por la emoción: amaba a ese muchacho como a un hijo, más que a sí mismo; separarse de él le dolía como una quemadura. El lama procuró tomar distancia y calmar la ansiedad de su corazón. Observó el proceso de su propia mente, respiró hondo, tomando nota de sus desbocados sentimientos y del hecho de que aún le faltaba un largo camino para alcanzar el absoluto desprendimiento de los asuntos terrenales, incluso de los afectos. Sabía que en el plano espiritual no existe la separación. Recordó que él mismo le había enseñado al príncipe que cada ser forma parte de una sola unidad, todo está conectado. Dil Bahadur y él mismo estarían eternamente entrelazados, en esta y otras reencarnaciones. ¿Por qué, entonces, sentía esa angustia?
-Acuérdate que debes ser como el tigre del Himalaya: escucha la voz de la intuición y del instinto. Confía en las virtudes de tu corazón – replicó el monje.
-Si aspiran profundo tres veces, dejan que el aire llegue hasta el vientre y luego lo sueltan lentamente, tal vez se tranquilicen… - les aconsejó el príncipe.
Ni su pueblo ni su familia, que tanto lo amaban, lloraron su muerte, porque creían que el llanto obliga al espíritu a quedarse en el mundo para consolar a los vivos.
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